Mar de mañana – Margaret Mazzantini

Mar de mañanaMar de mañana, la nueva nouvelle de Mazzantini, intenta engañarnos con la tipografía y el espaciado. Pero no nos engaña ni nos importa, porque la italiana multipremiada regresa con una historia narrada magistralmente, como era de esperar. Mazzantini vomita lirismo, perdonando la expresión. Un lirismo de belleza casi inconcebible. Porque sus frases cortas son como cuchillos, como migajas del pan más sabroso de Italia. Un disparo tras otro. Balas que no dan tiempo de recuperarse, cargadas de imágenes densas, profundas, palpables. Una y otra y otra, no hay descanso para la belleza de sus letras.

Mazzantini narra la historia de dos mujeres provenientes de mundos distintos, cuyas vidas se entrecruzan a través del mar. Dos orillas del mismo agua. Jamila y Angelina, libanesas con historias que llegan al alma a través de frases sangrantes de la autora, que dan forma a un universo real, a los sueños de mujeres tangibles, que no buscan más de lo que merecen, libertad y redención, pero sobretodo vivir. Brava, Margaret, brava. Por su estilo único, por las historias que nos regala.

No es mucho más lo que se puede decir de Mar de mañana. Un libro como el mar, tormentoso a ratos, calmo otras veces. Una novela sobre la vida, la crudeza del ser humano, la necesidad de dar uno, dos, diez pasos adelante. Para sumarlo a la colección.

CITAS DEL LIBRO:Margaret Mazzantini

  • Su madre es muy joven, parece una hermana. De vez en cuando juegan a que están casados, Farid le peina el pelo, le coloca el velo.
  • El desierto es como una hermosa mujer, no se revela nunca, aparece y desaparece. Tiene un rostro que cambia de forma y de color, volcánico o blanco de sal.
  • Kilómetros de silencio, solo el ronco motor. Es una escena de guerra, de todas las guerras. La humanidad deportada como ganado. Sin parada para mear.
  • Su madre se parece al mar, la misma mirada líquida, la misma calma y, por dentro, la tormenta.
  • Le gustaba la lluvia en Trípoli, era violenta, repentina como sus sentimientos.
  • El verdadero destierro fue ese, la soledad moral.
  • No hay nada peor que una madre atípica. Una que no se parece a ninguna otra madre, una que no lleva nunca zapatos cerrados, que tiene un bolso sin nada dentro, los cigarrillos, las llaves de casa, diez euros. Un móvil que no usa nunca. Un bolso sin milagros, como su vida.
  • Salvar a tu asesino, tal vez sea eso la caridad.
  • Lo siento por mis errores. Tantos, y sin embargo pocos si los pones en fila por la noche, mientras vacías un cajón e intentas ordenar la desgracia. Las fotografías de África y lo demás, viejos billetes de autobús, un sobre con análisis, la caligrafía de determinado señor que durante determinado periodo creyó amarte.
  • Se tumbó sobre la cama con los pies descalzos. Para ver qué aspecto tendría su cadáver.