Yo – Ricky Martin | Rincón de Crítica Literaria

No pensé que la primera reflexión que escribiría sería sobre la autobiografía de Ricky Martin. Vamos, sé que puede considerarse lectura simplona y que desde ya es posible que sea juzgado, pero no me importa, porque a pesar que quería comenzar con La broma infinita de David Foster Wallace, se me ha hecho imposible terminar la aventura de mil y tantas páginas que me propuse hace un mes y algo. Fue así que partía de viaje y decidí buscar en mi biblioteca algo que no hubiese leído y que no pesara tantos kilos como el mamotreto de Wallace. Ahí estaba, Yo, haciéndome guiños para que lo llevara conmigo.

Esta fue la primera vez que leo la autobiografía de un famoso, y debo reconocer que fue una grata sorpresa. Claro, al comienzo leía de mala gana y cada vez que se acercaba una aeromoza confieso que escondía el libro o lo abría de tal forma que no se enterara de qué estaba leyendo. Fue así que me di cuenta de lo prejuicioso que soy, yo que me vanaglorio de lo contrario, escondiendo un libro comercial que puede ser absurdo para muchos, pero que llegó a mis manos en el momento preciso.

No soy fan de Ricky Martin, nunca lo he sido, pero este libro me dio una nueva perspectiva de su persona. De hecho, me hizo verlo como persona y no como una celebridad, tal y como él mismo hace referencia en estas páginas a esa dualidad en su vida, entre ser Kiki para sus más cercanos y Ricky Martin para la fanaticada. Ese punto de partida, el comprender que tras la celebridad hay una persona que sufre, rie y goza de la vida tal y como cada uno de nosotros, fue una grata sorpresa. Perdonando la obvia comparación, Ricky Martin se presenta como un libro abierto, aunque no deja de parecerme singular el uso excesivo de adverbios de cantidad -positivos, en su mayoría- cuando se refiere a la propia percepción de su vida.

El libro habla desde su infancia hasta la fecha en la cual publicó el libro, tras un proceso de crecimiento abismante, que abarca desde un niño que soñaba con cantar utilizando una cuchara como micrófono, hasta su paternidad, pasando por su etapa en Menudo y su carrera como solista, pero si quisiéramos saber estos datos nos vamos a Wikipedia y listo. Ricky plasma una línea de tiempo que mezcla sus hitos profesionales con aquellos personales e íntimos, donde nos permite conocer sus miedos, sus frustraciones y todas aquellas cosas que no ves cuando lo tienes frente a un escenario bailando Livin’ la vida loca. Las dudas son claves para comprender la obra del puertorriqueño, porque a través de ellas es que se van atando cabos, comprendiendo el por qué el momento, tal y como él mismo lo define, de decirle al mundo su verdad, no fue antes ni después de cuando lo hizo mediante una carta por Twitter.

Al leer el libro fueron varias las sorpresas que me llevé, quizás por la falta de conocimiento que tenía respecto a su vida fuera de la música. Los viajes a la India descritos son maravillosos por las vivencias que llevaron consigo. Allí, en Calcuta, Ricky asumió como propia la lucha contra la trata de niños tras contar la historia de cómo dio con tres hermanas que vivían bajo una bolsa plástica con su madre. Pero no contaré la historia, el leerla es fascinante y conmovedor. A lo que quiero llegar es que, por nuestros prejuicios, muchas veces nos perdemos cosas maravillosas, como esta historia y muchas otras.

En conclusión, Ricky Martin narra cómo decidió abandonar su niñez por un sueño mayor, sus dudas sobre la vida, la soledad y la frustración que lo vencieron al no saberse capaz de amarse a sí mismo por ser quien era y no lo que el resto quería que fuese, así como también el cómo salió adelante con su vida personal y cómo encontró una razón por la cual luchar y ser vocero detrás de bambalinas, aprendiendo a vivir y a conocerse, porque en los escenarios las luces, los vestuarios y las sonrisas nos pueden engañar, pero el engañarse a si mismo, tal como Ricky lo plantea, es el peor daño que puedes hacerte.

CITAS DEL LIBRO

  • El dolor llega, te seduce, juega contigo, lo haces tuyo al punto que te acostumbras a él y empiezas a creer que así es la vida. Cuando sientes ese peso en el corazón, la mayoría de las veces los parámetros del dolor o del alivio se distorsionan por completo, y es muy fácil quedarte clavado en lo que estás acostumbrado, el dolor. Perdemos la memoria y nos olvidamos de los momentos serenos donde todo es liviano y la gravedad es una aliada. Está bien sentirse herido, es algo humano. Hay que sentir, pero no puedes aferrarte a la tristeza, el desconsuelo o la amargura porque acabarán contigo.
  • Aprendí que para ser el maestro de mi propia vida tendría que tratarla con respeto y responsabilidad. Necesitaba ser el que decidiera qué es lo mejor para mí: necesitaba buscar lo que necesitaba, cuando lo necesitaba, y no dejar que nadie más dictara lo que debo o no debo hacer. Hasta el día de hoy, éste es un propósito que mantengo fuertemente anclado en mis principios: si yo no defiendo mi templo e impido que las demás personas me lo invadan, ¿entonces quién lo va a hacer?
  • La bulla, los sonidos, se habían convertido en una droga para mí pues así me anestesiaba, así me mantenía ajeno a lo que sucedía en mi interior porque me daba miedo ver qué cosas feas iba a descubrir. Pero después que regresé de la India, comencé a buscar lo opuesto. Quería silencio. Necesitaba silencio. Todas las mañanas me tomaba entre treinta y cinco minutos y una hora para hacer yoga y meditar, y hacía lo mismo al atardecer. Esos momentos se volvieron una parte sagrada de mi día y el saber que los tenía me ayudaba a sentir mucha más calma cuando estaba en medio de la locura. Me enseñaron a enfrentarme a mí mismo para derrumbar, uno a uno, los miedos que me hacían huirle a mi propia verdad.
  • Desde chicos se nos enseña, se nos condiciona, a sentir atracción por el sexo opuesto. Cuando de pequeño vas al parque y estás jugando con los demás niños, tus padres y tus familiares te dicen: “Mira que bonita la nenita, mira qué guapa, ¿te gusta esa nena?” Y luego empiezas a ir al colegio, y cuando regresas a casa lo primero que te pregunta todo el mundo es: “¿Ya tienes noviecita?” Cultural y socialmente, estamos diseñados a sentir atracción por el sexo opuesto, lo que crea mucha confusión cuando se empieza a sentir algo diferente. En mi caso, yo siempre oí que la atracción por personas de mi mismo sexo era algo malo (al fin y al cabo, es lo que dicen algunas religiones), y desde muy temprano comenzó una lucha en mi interior entre lo que sentía y lo que pensaba que se esperaba de mí.
  • Necesitaba aprender a verme y amarme tal y como soy. Ahora no sólo puedo decir la verdad, sino que también puedo hablar del dolor y del coraje que me causa la injusticia, y no sólo la injusticia de la trata humana, sino la injusticia por la que pasa cualquier ser humano que se siente juzgado por los demás. Tuve que comprender que en el mundo hay gente que te va a querer por quien eres, y hay gente que sólo quiere que seas como ellos, y el darme cuenta de esa realidad tan sencilla me impactó profundamente. Si yo mismo no me quiero y me escondo y me niego cosas, ¿cómo puedo pretender que las demás personas me quieran por quien soy? Reconocer eso fue un proceso largo para mí.
  • Y ahora creo que uno sólo puede odiar aquello que trae muy dentro de sí, aquello que es muy propio. Si no fuese así no perderíamos el tiempo en un sentimiento tan destructivo y doloroso como el odio. Sigue habiendo muchas personas que se oponen rotundamente a la homosexualidad, que la rechazan y la repudian, diciendo que es algo que va en contra de la naturaleza humana y que es inmoral. Entonces yo pregunto: ¿cómo se puede pensar que el amor entre dos personas va en contra de la naturaleza humana? ¿Acaso hay algo más natural que el amor? Lo que está mal —lo que es infinitamente cruel e injusto— es discriminar a alguien por ser como es. Lo que está mal es pretender que hayan ciudadanos de primera y de segunda categoría, y que no todos tengan los mismos derechos.