Lumpérica – Diamela Eltit | Rincón de Crítica Literaria

LumpericaLumpérica, la ópera prima de la destacada escritora chilena Diamela Eltit, nos ofrece un mundo único, personal, transgresor y experimental. Escenario: una plaza. Personaje: L. Iluminada, una mujer calva de vestido gris. Tiempo: la vida. Poesía, ruptura, un desahogo con meticulosa utilización del vocablo, donde escenario y personaje componen un conjunto poético que brilla con luz propia, a través del pensamiento de la autora y ficciones literarias como el luminoso, el aviso publicitario. Porque este aviso imprime letras, sílabas, sentido -por instantes- a la vida de la protagonista. Sin más rodeos, le regala una identidad que la diferencia del resto del lumperío, que probablemente ni siquiera haya caído en cuenta que hay vida en las luces.

Diamela Eltit entiende la literatura como algo vivo. Por eso, mientras escribía Lumpérica, se le vio lavando las veredas de los prostíbulos de la calle Maipú, para luego leer escenas de esta novela en proceso. Se le vio también interviniendo la calle, infligiéndose heridas, hechos que luego formarían parte de este mismo libro, de este ensayo de vida, de esta novela que no separa realidad de ficción. Y es que así es la vida, ¿no? Una mezcla de lo que es y lo que quisiéramos que fuera, de hechos y de interpretaciones.

Lumpérica es una novela excepcional con un lenguaje exquisito. Una novela rompe-esquemas, rompe-estructura, rompe-estilo, rompe-todo. Porque la autora tuvo la lucidez suficiente para entender que la literatura no es solo letra impresa, es letra viva en papel, en mente, en carne y en cuanto objeto se cruce por nuestro camino, aunque no nos movamos de una plaza y nuestro conflicto no sea más que el mirarnos al espejo y dar respuesta a la pregunta más antigua de todas, al quién soy para mí, al qué aporto a una sociedad de pálidos. Porque todos somos pálidos, todos somos lúmpen, pero también todos tenemos las herramientas para distinguir lo luminoso y convertirnos en lumpéricos iluminados, de esos que van un paso más adelante -o uno más atrás, según el punto de vista- de quienes pernoctan en nuestras plazas.

CITAS DEL LIBRO:

Maipu

  • Porque el frío de esta plaza es el tiempo que se ha marcado para suponerse un nombre propio, donado por el letrero que se encenderá y se apagará, rítmico y ritual, en el proceso que en definitiva les dará la vida: su identificación ciudadana.
  • Nombres sobre nombres con las piernas entrelazadas se aproximan en traducciones, en fragmentos de palabras, en mezclas de vocablos, en sonidos, en títulos de films. Las palabras se escriben sobre los cuerpos. Convulsiones con las uñas sobre la piel: el deseo abre surcos.
  • Ah, por una pura mirada, por un gesto, yo habría contado otra historia.
  • Su alma es establecerse en un banco de la plaza y elegir como único paisaje verdadero el falsificado de esa misma plaza. Su alma es cerrar los ojos cuando vienen los pensamientos y reabrirlos hacia el césped.
  • Reflexiona, sus ojos recorren su traje, se limpia el agua de la cara. Mira a su alrededor y constata que ningún pálido ha llegado esa noche y aunque aún es tiempo, intuye que no vendrán, como si el espectáculo que les fuera a ofrecer ya no tuviera sentido. Está sola y por eso su actuación es nada más que para el que la lee, que participa de su misma soledad.
  • Empieza a decir toda bella palabra hasta extasiarse, sonriendo las dice y así este paisaje en diurno se convierte para la noche y aunque sus párpados están traspasados, se convence de no mirar para no ser tocada por la veta. De lana en seda, de carne en maniquí, hasta que la lluvia resbala por ese nuevo soporte. Así ya no es necesario que diga más o se llame a sí misma piedra preciosa, material sólido, para poder, quizás, solazarse en esa agua que no la toca penetrándola.
  • “No hay literatura que nos haya retratado en toda su consensurabilidad, por eso ellos, como trabajo cotidiano, se aferran a sus formas y cada gesto cuando se tocan conduce al clímax. Así se acercan hacia el final siendo ese umbral el placer: un puro desvarío la lluvia”.
  • Pero si fuera ella la lectura, al lector se imprimiría en letras/ lineal eficacia lograría, historia matizada, titulares, toda la tipografía atravesara, papeles de diversos gramajes, prensa de avanzado modelo, todo para el lector que la leyera, en letra hasta extranjero idioma alcanzaría.
  • Pero si ella rozara un poco más su mirada con la otra y la dejara ir de largo hasta que el negro en ojo negro se frotara, entonces la vulgaridad sería la forma escrita. Esa manía escrita, su trivial afectividad.
  • Teñidas las mejillas se para bajo el farol y sobre el metal su dedo caligráficamente escribe en forma imaginaria -como los niños- “dónde vas” con letras mayúsculas y con la mano completa borra lo escrito. Lo ensaya de nuevo en el centro de la plaza, curvada sobre el cemento ocupando para sus letras amplios espacios. Ensaya sus palabras. Los otros la observan desde sus lugares. Una y otra vez hasta que la mano enrojece y se despelleja de tanto borrado.
  • Es la misma desharrapada que se tiende sobre la letra y la humedad del suelo no es nada comparada con la magnificencia de su echada sobre el piso, con la misma humedad del vestido gris y la pelada. Ha recibido los mejores atributos, mojada debía ser, enferma de frío, cansada. Por primera vez su sonrisa la convulsiona/ha visto la frase completa y se arrastra sobre ella para frotarse, se imprime el humedecido traje, hasta la macilenta cara se imprime.
  • Nada más ocupaba su pensamiento, hasta que una idea emergió de su cerebro: todo ese espectáculo era para ella. Sabía con certeza que nadie más estaba a esa hora pendiente del luminoso, por eso ese lujo le pertenecía. Alguien había montado esa costosa tramoya en la ciudad, como don para sí; con escritura y colores, con colores y movimientos, cálculos ingenieriles, trabajo manual, permisos. Todo eso para que ella sentada en la plaza en la noche se dejara llevar realmente por el deslumbramiento de esos vidrios que insuflados de colores, activados por baterías, la sometieran a ella.
  • Cuando ya no era ella misma, sino lo que el espacio había construido a partir de su permanencia, lo que el luminoso le había donado al meterle ideas en la cabeza de tanta letra que le había tirado sobre los ojos, hasta lograr descifrar lo inicialmente cifrado. Letra a letra, palabra por palabra, en esas horas en que gastó su mirada dejando ir sus ojos sobre los neones; evitando los mensajes aparentes que podrían haberla inducido a un error por quedarse en la superficialidad de la letra.