La soledad de los números primos – Paolo Giordano
Ni siquiera debería estar escribiendo esto. Debería dejar el nombre del libro, el del autor y las citas del texto para que hablen por sí solas. Paolo Giordano es un grande, de esos que están en las listas de autores a estar atentos y en la lista de los más envidiados por escribir como lo hace a tan corta edad. La soledad de los números primos es el primer libro que recomiendo cuando alguien me pregunta por algo interesante para leer, y las razones son muchas. Veamos si puedo esbozarlas a continuación.
La soledad de los números primos. Un título enigmático. No existen talleres que te enseñen a escribir un título que atrape, que engloble la historia de principio a fin. Entre los números primos, existen aquellos denominados gemelos, que tienen la particularidad de estar separados por tan solo una unidad (entiéndase, a modo de ejemplo, el 11 y 13, el 17 y 19, el 41 y 43). Giordano nos dice que existen relaciones humanas similares a la relación que existe entre estos primos gemelos, donde la cercanía y lejanía confluyen. Vamos, un golazo de su parte. Mattia es el número 2.760.889.966.649 y Alice el número 2.760.889.966.651, almas solitarias que se entrecruzan en una escuela italiana, mediante la mente maquiavélica -no puedo pensar en otro término que que venga mejor a la mesa- de Viola, uno de mis personajes literarios favoritos: niña consentida que hace y deshace con todo a su alrededor, que le roba las historias subidas de tono a su hermana para adornarlas y engatusar a sus compañeros de clases y hacerse la de temer. No puedo centrarme en Viola, su rol es secundario en la novela y lo importante es que acerca a estos dos personajes perturbados. Por un lado está Mattia, un joven solitario que encuentra en Alice un amor difícil de traspasar a acciones, que ha vivido con la culpabilidad emanada de la desaparición de su hermana y que tiene una necesidad de cortarse la piel para apaciguar su alma. Y luego Alice, una chica que ha vivido con rencor hacia su padre por un accidente de infancia que tiene consecuencias en el presente, y que en su afán de sentirse aceptada y respetada compite en cuanto a dramas se refiere con Mattia.
La historia narra la vida de estos personajes que, como ondas, oscilan en el tiempo y el espacio, y a veces están cerca y a veces están lejos, pero siempre con la mente puesta en el otro. Vemos crecer a esta pareja-no-pareja, que aunque a momentos se acompañen, siempre están solos. Es que la soledad es la verdadera protagonista de esta novela, y creo que por lo mismo ha llegado a tal nivel de éxito, porque ¿quién no se ha sentido solo alguna vez? ¿Quién no podría reflejarse en algún momento con Alice o Mattia? La soledad de los números primos es una novela que vale la pena devorar y luego releer y pensarla y disfrutarla de la primera a la última página. La infinidad de detalles, los personajes secundarios variopintos, las escenas cargadas de imágenes -que prefiero no mencionar para respetar a quienes quieran leer esta joya- hacen de esta novela algo destacable, cargado de emotividad, de lo que es el ser humano en esencia. Un imperdible.
CITAS DEL TEXTO:
- Había veces en que Michela empezaba a removerse en la silla y agitar desesperadamente los brazos, como una mariposa atrapada; los ojos se le ensombrecían y la maestra se quedaba mirándola asustada, aunque con la vaga esperanza de que aquella retrasada se fuera de verdad volando para siempre. En las filas de atrás alguno se reía, otro le decía chitón.
- Por primera vez se avergonzó de no tener carnet de conducir a sus veintidós años. Ésa era otra de las cosas que se había saltado, otro de los consabidos pasos de la vida de un joven que él había preferido no dar, a fin de seguir al margen del engranaje de la vida; como comer palomitas en el cine, sentarse en el respaldo de los bancos, no respetar la hora de volver a casa impuesta por los padres, jugar al fútbol con pelotas de papel de aluminio o quedarse desnudo ante una chica. Y pensó que aquello cambiaría. Sí, obtendría el carnet cuanto antes. Y lo haría por ella, para llevarla de paseo en coche. Porque -miedo le daba admitirlo- cuando estaba con ella sentía que valía la pena hacer todas esas cosas normales que hacen las personas normales.
- Su madre ya vivía en ella en forma de recuerdo, como un grano de polen que se hubiera posado en algún rincón de su memoria, donde permanecería el resto de su vida convertida en unas cuantas imágenes sin sonido.
- Se puso en pie, pero antes de irse quiso hacer una caricia a su hijo y alargó la mano, pero cuando ya casi le tocaba la cara, sombreada por una barbita desaliñada, detuvo la mano y la llevó al pelo, que apenas acarició tampoco. De aquellas cosas hacía tiempo que habían perdido la costumbre.
- Todos tenían un amor del alma contrariado, como él tenía a Mattia. Todos tuvieron miedo y muchos aún lo tenían, menos cuando estaban allí, entre personas que podían entenderlos, protegidos por el «ambiente», como ellos decían. Conversando con aquellos desconocidos, Denis se sentía menos solo y se preguntaba cuándo llegaría su hora, el día en que tocaría fondo y podría por fin emerger y respirar también él.
- La voz de Mattia no le producía ya vuelcos de corazón, aunque lo tenía y lo tendría siempre presente como el único punto de comparación con todo lo que había venido después.
- Alice salió fuera a esperar la llegada de la novia. El sol alto le calentaba las manos y parecía traspasarlas con sus rayos. De pequeña se las miraba al trasluz y se veía los dedos cerrados ribeteados de rojo; una vez se los enseñó así a su padre y él se los besuqueó simulando que se los comía.
- Estaba claro que enseguida le hablaría de ella al marido, le diría lo curioso de encontrársela allí, a la anoréxica de la clase, a la coja, con la que ella, por cierto, nunca se había juntado. Pero no le contaría lo del caramelo, la fiesta y demás. Y Alice sonrió pensando que quizá aquélla sería la primera media verdad de los esposos, la primera de las pequeñas grietas que se crean entre dos personas, por las que tarde o temprano la vida introduce su ganzúa y hace palanca.
- Pero tampoco se decidía a marcharse, porque a esas alturas dependía de aquel mundo, se había atado a él con la obstinación con que uno se ata a las cosas que lo perjudican.
- Me estoy volviendo loca, pensaba a veces. Pero no le importaba. Al contrario, sonreía satisfecha, porque por fin elegía ella.
- Estaba convencida de que él seguía en el mismo sitio, donde ya le había escrito algunas veces, muchos años antes. Si se hubiera casado, ella lo habría percibido de algún modo. Porque estaban unidos por un hilo invisible, oculto entre mil cosas de poca importancia, que sólo podía existir entre dos personas como ellos: dos soledades que se reconocían.
- Aunque ahora que Mattia estaba allí, cerrados los ojos, sumido en pensamientos a ella inaccesibles, todo parecía aclarársele de pronto: le había pedido que viniera porque lo necesitaba, porque desde el día que se despidieron en aquel rellano su vida había caído en un pozo y ya no había salido; él era el cabo de aquella madeja interior que los años no habían hecho sino enredar, y si aún había una posibilidad de desenmarañarla, ahora tenía a su alcance tirar de ese cabo.
- Bien sabía lo que tenía que hacer: volver con ella y sentarse a su lado, cogerle la mano y decirle que no tenía que haberse ido, y besarla, besarla una y otra y otra vez, hasta que no pudieran dejar de besarse. Ocurría en las películas y ocurría en la vida real, todos los días. La gente no perdía el tiempo, se aferraba a unas pocas casualidades y fundaba sobre ellas su existencia.