La invención del amor – José Ovejero

La invención del amorEste es uno de esos libros que sientes que no requieren ser reseñados. Dan ganas de transcribir las citas y que el lector las goce tanto que compre inmediatamente la novela, pero hay que hacer un esfuerzo porque sin lugar a dudas merece su espacio en esta bitácora literaria. La invención del amor, qué buen título para una novela. Y calza, como zapato de Cenicienta. Porque cuando creíamos haber leído todo respecto al amor, desde clásicos como Romeo y Julieta hasta las lecciones de seducción de una tal Pilar Sordo -ok, esas no las he leído, pero tarde o temprano les llegará la hora- nos encontramos con una historia tremenda que reinventa la definición de un concepto tan prostituido como lo es el del amor.

Ovejero nos cuenta la historia de Samuel, un madrileño al que la vida no le va ni le viene, y cómo todo cambia cuando recibe una llamada telefónica diciéndole que Clara ha muerto. Quién demonios es Clara, se preguntará el lector. Pues ni Samuel lo sabe, porque la llamada la recibe por error, pero algo le hace no corregir a su interlocutor y asistir al funeral de la difunta. Y entonces comienza un juego de identidades, porque Clara engañaba a su marido con un tal Samuel, y ya está dicho, nuestro protagonista no encuentra mejor manera de matar el tiempo que haciéndose pasar por el amante de la muerta. Tal cual. Y es en este proceso de invención de ese otro Samuel, que el hombre este comienza a perderse y a vivir de los “y si…”: ¿Y si hubiese conocido a Clara? ¿Y si Clara hubiese tenido una relación con Clara? ¿Y si hubiese querido dejarlo todo por Clara? Parte de la filosofía humana, por algo el condicional es parte de los tiempos verbales.

Una historia sobre el ser humano, la decadencia y la necesidad de (re)inventarnos ante los ojos del otro, y más triste aún, ante el propio reflejo. Ovejero nos entrega una serie de reflexiones profundas e intensas, que hay que dejarlas reposar antes de asumir posición al respecto. Samuel se inventa para ser la mejor versión de sí mismo, y junto a la hermana de Clara enfrentará sus miedos y los de otros tantos, en un juego de doble filo, donde acercarse más al ser inventado lo aleja de sí mismo, pero a la vez lo hacer ser más él de lo que había sido en su vida previa. No sé, para mí es una pieza de arte, que debes contemplarla y contemplarla hasta que puedas darle un significado propio, porque a pesar de ser una historia tan ajena, tan inverosímil, tal vez, es una pieza humana, con corazón y con esas dudas existenciales que todos nos planteamos en algún momento de nuestro paso por este mundo. No por nada ganó el Premio Alfaguara de novela 2013 -gracias al cual lo tendremos de paso en Chile el 24 de julio-, siendo reconocido como un libro que revela la fuerza transformadora de la imaginación y su capacidad para construir nuevas existencias, según palabras del jurado. Nada más que agregar. La invención del amor nos revela como seres humanos, escarba en lo más hondo, capa a capa, interpretación a interpretación. Un imperdible.

CITAS DEL LIBRO:José Ovejero

  • La última, esa necesidad de alargar un poquito más el fragmento de tiempo suspendido en el que olvidamos tareas y problemas personales, porque, a pesar de todos los años que hace que nos conocemos, cuando uno le pregunta a otro «¿qué tal?», seguimos respondiendo obstinadamente: «Bien».
  • Y sólo entonces abandona ese aire decidido, su tono tajante, su manera de hacer las cosas como si vivir fuera un engorro al que hay que enfrentarse antes de pasar a asuntos importantes.
  • Estás muerto cuando deja de atraerte el placer, cuando ya no piensas más que en evitar el aburrimiento y no te importa que tu vida sea más ausencia —de dolor, de pasión, de entusiasmo— que contenido.
  • El mayor enemigo de la felicidad no es el dolor, es el miedo. Para estar realmente vivo tienes que estar dispuesto a pagar un precio por lo que obtienes. Y ahí es donde yo fallo. Me estoy volviendo perezoso; me cuesta pagar para obtener y tiendo a conformarme con lo que me sale gratis, es decir, con poca cosa.
  • Me dan ganas de abrazarla, más bien me dan ganas de haberla abrazado ya muchas veces, de tener con ella una historia común, una complicidad, un afecto compartido.
  • Habría que tomar fotos de los momentos tristes; decir: «Espera, no te muevas», a esa mujer que llora por alguna culpa nuestra o que nos insulta por no darle lo que a ella le parece justo, autorretratarnos en ese momento cuando estamos mintiendo, o apretando las mandíbulas para no decir lo que pensamos, o cuando nos sale ese gesto de desprecio en el que nos costaría tanto reconocernos. Supongo que los álbumes, o las colecciones de fotos que guardamos en nuestro ordenador, tienden a compensar el trabajo injusto de nuestra memoria, pues ella suele quedarse más bien con lo doloroso, con traumas y frustraciones, con lo que no hemos conseguido, con la situación en la que no reaccionamos como habríamos deseado.
  • La recuerdo y la recuerdo con mis palabras, porque cuando contamos lo que nos rodea lo hacemos siempre en nuestra lengua, después de filtrarlo con ojos, con entendimiento y emociones que creemos neutrales o los únicos posibles pero que no dejan nunca de ser los nuestros, distintos, limitados.
  • Pero en aquel momento no me hizo ninguna gracia; mi hermana estaba expresando en voz alta mis temores de entonces; es verdad que me daba miedo no ser capaz de encontrar mi propia vida, haber perdido ya irremediablemente la posibilidad de ser quien yo quería ser —aunque, claro, no tenía la menor idea de quién quería ser—.
  • Es sabido que queremos que los ojos del otro reflejen no lo que somos, sino aquella persona que nos gustaría ser, aunque tengamos que cargar para ello con la sensación de insuficiencia al intentar adaptarnos a esa imagen ideal, más bien a esa deformación favorecedora de nosotros mismos. Y luego, en general, con el paso del tiempo, acabamos conformándonos con quienes somos, dejamos de fingir, reprochamos al otro que espere de nosotros más de lo que podemos darle, olvidando que justo eso era lo que le habíamos prometido.
  • Y lo que no sé es si ese día que uno deja de preocuparse por los ruidos de sus tripas, por disimular las propias funciones fisiológicas, si ese día que no te importa que el otro te oiga cagando, es el día en el que el amor se acaba o el día en el que el amor empieza.
  • Cuando estás enamorado de alguien también eres infeliz. Porque no estáis juntos todo el rato, o porque la echas de menos en tal momento, o porque no puedes saber si te quiere como tú la quieres, en fin, todo esto suena muy cursi pero da igual: una de las cosas más hermosas del amor es la infelicidad que produce, porque te hace sentir con más intensidad quién eres y quién querrías ser.
  • Me gustan sus dientes demasiado pequeños, como me gustan sus otras imperfecciones; los pies, regordetes, que no pegan nada con sus piernas delgadas (¡igual que las manos de mi madre!), como si perteneciesen a otra persona o como si su cuerpo fuese uno de esos fraudes que abundaron un par de siglos atrás, cuando bromistas o aprovechados cosían partes de animales —una cola de pescado al vientre de un mono— para engañar a museos e instituciones científicas. Sus pies no deberían ser sus pies; sin embargo, cuando tomo uno en la mano me enternece, tengo la impresión de acceder a esa intimidad en la que no nos importa que otro nos vea tal como somos.
  • Es imposible conocer a la otra persona, aunque en algún momento seamos capaces de intuir lo que va a decir o está pensando. Hay siempre un rincón oscuro, esa parte que incluso después de muchos años seguiría sorprendiéndonos, quizá aterrándonos si la descubriéramos. En algún lugar de nosotros mismos estamos solos, nadie puede acompañarnos, pero no tenemos por qué descartar o minusvalorar ese territorio en el que es posible adentrarse de la mano de alguien, quizá ensanchándolo, conquistando a la maleza zonas sobre las que poder sembrar.
  • Envejecer nos afea, no hay vuelta de hoja, y me pregunto si será posible a pesar de todo mirarse con deseo; o si el deseo será sustituido por otro sentimiento que ahora no conozco o no identifico. Siento curiosidad, es la primera vez, por la vida que se puede llevar con alguien que está a tu lado desde hace décadas. ¿Será eso conformarse, aferrarse a lo conocido por miedo a la soledad? ¿Renunciar a la pasión, al auténtico deseo? ¿O hay algo que compensa la pérdida aunque ahora ni se me ocurra lo que pueda ser?