La insólita amargura del pastel de limón – Aimee Bender

La insólita amargura del pastel de limónPero qué título, ¿eh? Envolvente, enigmático. Dan ganas de leer una historia que tenga por nombre La insólita amargura del pastel de limón, aunque no tengas idea de lo que trata. Si le sumas una imagen de portada bien escogida, el resultado es un producto sumamente atractivo. Un libro de esos que ves en librería y te dice «ven y llévame, no te arrepentirás».

Rose cumple los nueve años, y para celebrarlos, su madre le prepara un pastel de limón. Al probarlo, la pequeña se sorprende descubriendo una nueva capacidad: puede adivinar los sentimientos de los demás a través de las comidas que preparan. Así es cómo comprende que su madre, por fuera una mujer alegre y llena de vida, vive amargada y en una profunda soledad. Rose busca refugio en comidas desechables y máquinas expendedoras que le den sabores sin emociones añadidas, pero de todas maneras tendrá que comer los platos que sirven en su casa, descubriendo secretos que la penarán por el resto de su vida. Pero eso no es todo, porque también se nos presenta a Joseph, su hermano mayor: un hombre inteligente con una habilidad tanto o más sorprendente que la de Rose, que no nos será del todo revelada hasta bien avanzada la historia.

La idea fundamental de la novela, esto de re-conocer a quienes ya se creían conocidos a través de sus preparaciones, es novedosa y admirable, pero pareciera que Bender, en un determinado punto, pierde el armazón de su propia novela para entregarnos una historia con capas más profundas que la de descubrir emociones a través de los alimentos. Roles estereotipos como el padre ausente, la madre depresiva y el hijo prodigio oscurecen la historia. Porque llega un momento en que no sabes qué está sucediendo ni hacia dónde vas, pero entiendes que hay problemas humanos, algunos más viciados que otros en la literatura, pero problemas todos al fin y al cabo, relaciones que evolucionan e involucionan, a través de una prosa serena que ayuda a desarrollar el misticismo que envuelve a la obra.

Al terminar el pastel no supe que pensar. Los últimos párrafos me quitaron el aliento, y tuve que releerlos dos o más veces, no porque no se entendieran, sino para que mi memoria los retuviese. Por su belleza, por su significado. Y fueron ellos los que me hicieron pensar en que quizás la historia completa era algo así: bella, ajena a lo acostumbrado. No es una historia común, por supuesto, pero las historias poco comunes pueden estar bien o mal narradas. A mi gusto, Bender es una buena narradora, y su historia deja espacios para que el lector reflexione. Quizás fueron estos espacios los que me hicieron dudar si la novela me dejaba un sabor dulce o amargo, porque no sabía si había una intención lúcida detrás de todo lo dicho y lo omitido. Quiero creer que Bender omite a consciencia, lo que haría de La insólita amargura del pastel de limón una novela memorable y poco convencional, con guiños a nuestro realismo mágico. Para los arriesgados, una lectura recomendada. Para aquellos más tradicionales, mejor abstenerse, pero que tengan presente que aún no han probado los mejores sabores.

CITAS DEL LIBRO:Aimee Bender

  • Fue como si un sensor que hasta entonces hubiera estado enterrado en lo más hondo de mi ser desplegara un periscopio para explorar el entorno y alertar a mi boca de un fenómeno desconocido. Y es que la calidad de los ingredientes —el mejor chocolate, los limones más frescos— parecía ocultar algo más grande y más oscuro, un sabor más recóndito que comenzaba a abrirse camino. Distinguí perfectamente el chocolate, pero también a ráfagas, por momentos, como si algo despertara o emergiera, tuve la sensación de que la boca se me llenaba de un sabor a pequeñez, una sensación de encogimiento, de malestar; saboreé una distancia que, sin saber por qué, comprendí que estaba relacionada con mi madre, percibí sus pensamientos enredados como una espiral y casi me pareció sentir el apretar de mandíbulas que le había causado el dolor de cabeza que ahora tendría que mitigar con un montón de aspirinas, una hilera de puntos blancos dispuestos sobre la mesilla de noche como la elipsis de su comentario: Voy a acostarme un rato… Ninguno de los sabores era desagradable, pero detectaba en ellos una especie de vacío, como si el limón y el chocolate rodearan el borde de un agujero enorme.
  • Sentí la misma amenaza y la misma esperanza que había sentido otras veces, y con esa esperanza me comí el trozo de tarta que mi madre me sirvió en un plato blanco, con tenedor de plata, bajo las dos bombillas del aplique del techo, con mi pijama de margaritas y mis zapatillas de conejito rotas. Me supo tan mal que a duras penas lo aguantaba en la boca.
  • La luz es buena compañía cuando uno se siente solo. Me consolaba verla, y la cálida bombilla del cuarto de estar había llegado a convertirse en una especie de niñera luminosa.