La reina descalza – Ildefonso Falcones
Ildefonso Falcones lo hace de nuevo. Así como en su momento sucedió con La catedral del mar o con La mano de Fátima, ahora, con La reina descalza, el autor nos acerca a la historia de la Sevilla del siglo XVIII, específicamente al mundo de las gitanerías. El autor, con su característica pasión por la historia de su España natal, nos trae una historia cargada de pasión. Y es que no puede ser de otra forma si de gitanos estamos hablando.
Hablar de La reina descalza es ponerse en aprietos, porque en las más de setecientas páginas que componen el libro no se puede decir que la historia trata con más o menos profundidad una línea en particular. Si de economía del lenguaje se trata, es una novela que resalta la importancia de la familia, la amistad y el honor.
La novela cuenta la historia de Caridad, una esclava cubana que, por razones del destino, termina libre y perdida en Sevilla. Melchor, un gitano mayor y con buena posición dentro de los suyos, la escucha cantar y, como la mujer no tiene dónde caerse muerta, la invita a la gitanería. Es allí, con los gitanos, que esta ex esclava entablará una amistad a prueba de todo con la nieta de Melchor, Milagros. Las dos mujeres vivirán un sinfín de desventuras, incluyendo el mandato que establecerá a los gitanos como proscritos. Caridad se descubrirá en Melchor y vivirá las consecuencias de ser una paya enamorada de un gitano, mientras que Milagros terminará ejerciendo de cómica en un teatro de Madrid, abusada por un esposo a niveles insospechados. A pesar de los años, ambas mujeres se tendrán presente y vivirán la ilusión de reencontrarse en el futuro, unidas siempre por el canto.
La reina descalza es como un jardín, lleno de una variedad casi infinita de flores, sólidamente escogidas y muy bien cuidadas. Algunas historias resaltan más que otras, y Falcones cumple con su objetivo de traspasarnos a los lectores mucha información histórica mediante una historia que emociona y entretiene. Sorprende a ratos la facilidad del autor para generar la atmósfera y que página tras página esté sucediendo algo que te mantenga atento a lo que viene. Caridad y Milagros son personajes entrañables, ambas con sus modos de pensar muy definidos y diferentes, vale decir. Milagros, una mujer gitana, orgullosa y llena de coraje. Caridad, una ex esclava, madre de dos hijos que por circunstancias de la vida no están a su lado, acostumbrada a ser abusada, a no mirar a los ojos. Ambas vivirán sus procesos de crecimiento respectivos a lo largo de la historia, curtidas por una vida mucha veces injusta.
A pesar del encanto que provocan las novelas históricas de Falcones, me pesa el exceso de contexto que entrega en ciertos capítulos. Entiendo el contexto para que la experiencia de lectura sea enriquecida, pero a momentos peca entregando información que perfectamente se puede clasificar para los libros de historia y no para una novela de esta índole. Sin embargo, estos excesos de información pueden pasar desapercibidos, se entiende la pasión del autor por el tema y su objetivo de informar al lector, de adentrarlo en la atmósfera de la historia, pero, a veces, menos es más. Fuera de esto, La reina descalza sigue la misma línea de las novelas anteriores de Falcones: narrar un periodo histórico interesante con personajes llamativos y un entramado emocional inteligente, algo que pocos autores replican con éxito.
CITAS DEL LIBRO:
- Al final, sudorosas ambas, Ana y Milagros se fundieron en un abrazo. Lo hicieron en silencio, sabiendo que se trataba de una mera tregua, de que el baile y la música se abrían a otro mundo, aquel universo donde los gitanos se refugiaban de sus problemas.
- Entonces, aquella que había sido esclava cerró los ojos. Era su música, diferente a la gitana o a la española, que tenían melodía. Los negros no la buscaban: cantaban y bailaban sobre la simple percusión. Caridad, poco a poco, fue confundiendo aquellos sencillos golpes de clave con el retumbar de los tambores batás. Entonces buscó a Oshún y bailó para la orisha del amor, entre sus dioses, sintiéndolos, en presencia de dos gitanas asombradas, los ojos tremendamente abiertos ante los frenéticos e impúdicos movimientos de aquella mujer negra que parecía volar sobre sus pies.
- Notó el contacto de sus manos: no apretaban y, sin embargo, sentía las suyas atrapadas. Era…, era como si Caridad hubiera desaparecido convertida en su propia música, confundida con aquellos dioses africanos que le habían robado. Y comprendió la pena que destilaba a través de su voz.
- No te dejes cegar por la ira en las reyertas, eso solo te llevará al error y a la muerte, y piensa que de nada sirve el valor si no se pliega a la inteligencia.
- En esos momentos ella era la reina. Lo sentía, ¡lo sabía! Duques, marqueses, condes y barones se rendían a su voz, y en sus ojos, desnudos entonces de nobleza alguna, de dineros y hasta de autoridad, ella no percibía más que el deseo, el anhelo por posee aquel cuerpo de diecinueve años que se les mostraba sensual, impúdico en bailes y revoloteos.
- La apaleó. De poco sirvieron a Milagros los gritos y el forcejeo con los que, tumbada en el suelo, intentó oponerse a que la desnudase. Le mordió. Ella notó el sabor de su sangre; él, ciego, no parecía sentir sus dentelladas. Despojada de sus ropas, hechas jirones, el barón la arrastró hasta el lecho, la alzó en volandas y la arrojó sobre él. Entonces empezó a desvestirse con fingida parsimonia, interponiéndose entre la cama y los ventanales, por si la joven fuera capaz de lanzarse a través de ellos. Por un instante, aquella posibilidad cruzó por su mente, pero al final hundió el rostro en la mullida colcha de la cama y estalló en llanto.
- Tuvo la sensación de que Ana llegaba a suplantarla cuando regresó al rincón en el que estaba Melchor para pedirle perdón, y llorar insultándose, al tiempo que lo animaba con todo el énfasis que pudo antes de abrazarse a él. Sin embargo, durante aquel abrazo, el gitano se volvió hacia Caridad y le sonrió, y con esa sonrisa ella supo que seguía siendo su morena.