La escopeta de caza – Yasushi Inoué

la escopeta de cazaPoesía. No hay otra palabra que describa mejor esta pequeña gran obra de la literatura. Yasushi Inoué nos cuenta la historia de Josuké, un hombre que gusta de la caza y que ha llevado una relación adúltera con una mujer divorciada durante varios años. Dado un momento, lee un poema sobre un cazador en una revista que, extrañamente, siente habla de él en un momento donde la tristeza era más grande que su alma. Es así que decide enviarle al hombre que escribió tal poema, tres cartas que le harán comprender el por qué de su cruz. Son estas tres cartas las que componen la obra de Inoué: en la primera, Shoko, la hija de la amante, le cuenta a Josuké que ha leído el diario de su madre, por lo que se ha enterado de la relación que han vivido a escondidas y de la razón por la cual su madre ha muerto. En la segunda carta, Midori, la esposa de Josuké, le explica los motivos por los cuales ya no está enamorada, y por qué debería él ser quien solicite el divorcio y no ella. En la tercera carta, Saiko, la amante, se explaya en una cálida despedida previa a su suicidio. Mediante estas tres misivas comprendemos el universo que rodea una historia de amor prohibido en una sociedad llena de prohibiciones y tabúes.

El gran mérito de Inoué está en construir cada voz femenina con sutilezas particulares que las diferencian de las demás, sin perder en ningún momento el lirismo de su prosa y la belleza de las imágenes nostálgicas de lo prohibido, dosificando en su justa medida las claves de la historia y los datos necesarios para que el lector saque sus propias conclusiones.

La escopeta de caza ganó el premio Akutagawa en Japón, el galardón más importante en la isla, convirtiendo a esta joya literaria en una pequeña obra maestra por descubrir.

CITAS DEL LIBRO:Yasushi Inoue

  • Aparte de los treinta colores al menos que contiene una caja de pinturas, existe uno que es propio de la tristeza y que el ojo humano puede percibir perfectamente.
  • Pero al pensar que en aquel instante el amor de Madre ascendía al cielo entre las estrellas y que su amor secreto, ignorado por todos, gravitaba en el campo de los astros, no pude aguantar más tiempo la violenta necesidad de gritar. La tristeza de la muerte de Madre, comparada con la desesperanza de aquel amor huido hacia el cielo, se me antojaba casi carente de sentido.
  • Lloraba porque todo me parecía abocado a un aislamiento triste, aterrador. Ustedes tres –Madre, ya convertida en alma, y usted y Midori– estaban reunidos en la misma estancia, y cada uno de ustedes tenía sus pensamientos secretos pero se los guardaba. Cuando me imaginaba aquella escena, el mundo de los adultos se me antojaba intolerable, como un mundo de soledad, de tristeza y de horror…
  • Quizá hayas conocido esa impresión zambulléndote en el mar, los primeros días de otoño. La impresión de no atreverse a hacer un solo movimiento, de no poder hacer un solo movimiento sin notar la hiriente frialdad del agua. También yo temía hacer un movimiento. Fue mucho tiempo, muchísimo tiempo después cuando hice acopio de valor para decidirme: puesto que me engañabas, yo también te engañaría.
  • Tú que eras capaz de matar un faisán o una tórtola con tu escopeta de caza, ¿no eras capaz de matarme de una descarga en pleno corazón? Si me engañabas de modo tan manifiesto, ¿cómo no me engañabas de manera más cruel, total?
  • Por eso, más allá de la muerte, mi vida permanecerá presente en esta carta hasta que concluyas su lectura. A partir del instante en que la abras, en que comiences a leerla, hallarás en ella el calor de mi vida. Y durante quince o veinte minutos, hasta que hayas leído la palabra final, ese calor se difundirá por todo tu cuerpo, colmará tu mente de toda clase de pensamientos, como lo hiciera cuando yo aún respiraba.
  • Ya que no podemos evitar el ser pecadores, seamos al menos unos grandes pecadores.
  • Hoy, mientras era de día, he recorrido las páginas de mi Diario, y he pensado que había empleado demasiadas veces las palabras «muerte», «pecado» y «amor». Me han recordado, una vez más, que la vida que había elegido contigo era la menos fácil. Pero cuando he sopesado el grueso cuaderno, su peso no dejaba de ser menos el peso de mi felicidad.
  • Por la época en que estudiaba segundo o tercero en el colegio de niñas, nos preguntaron en un examen de gramática inglesa la voz activa y pasiva de los verbos. Golpear, ser golpeado; ver, ser visto. Entre muchos ejemplos de esa índole, brillaba esta pareja de palabras: amar, ser amado. Mientras cada alumna examinaba las preguntas meditando con atención y chupando la punta del lápiz, una de ellas, no sin malicia, hizo circular un trozo de papel, y la chica que está detrás de mí me lo pasó. Cuando lo tuve ante los ojos, me topé con la siguiente pregunta: «¿deseas amar? ¿Deseas ser amada?» Y bajo las palabras «deseas ser amada» aparecían numerosos círculos trazados con tinta, con lápiz azul o rojo. En cambio, bajo las palabras «deseas amar» no figuraba ningún signo. No me erigí en excepción, y añadí un círculo más debajo de «deseas ser amada». Aun a los dieciséis o diecisiete años, pese a no acabar de saber en qué consiste «amar» o «ser amada», las mujeres parecemos conocer ya por instinto la dicha de ser amadas.