Impuesto a la carne – Diamela Eltit
Si tuviera que definir Impuesto a la carne, creo que sería con la palabra sugerente. Sí, así es Diamela Eltit, una mujer sugerente que sabe imponerse con su prosa en un mundo donde la lectura fácil gana cada día más adeptos. ¿Porque no es acaso el libro un objeto de entretención? Claro, algo innegable, pero su concepto es amplio y Eltit se defiende y sobresale como nadie más podría hacerlo. Las historias, las voces. Constantemente nos encontramos con similitudes en los textos que leemos, pero no aquí, no con Impuesto a la carne.
La novela trata sobre la medicina y el mito asociado a quienes buscan salvarnos la vida una y otra vez. Porque los médicos y las enfermeras no son más que parte esencial de un sistema corrompido desde el alma. Nacemos siendo carne, y pagamos por mantenernos vivos, por no perdernos. Nosotros, seres humanos (enfermos), somos también personajes principales del mercado de la carne, de la sangre, de la vida, a fin de cuentas. Eltit, con su admirable prosa, ahonda estas ideas a través de dos mujeres, madre e hija, que en un hospital buscan defenderse de quienes lucran -perdón por el término, tan usado que ya pierde el sentido- con la vida de los otros.
Impuesto a la carne es una sofisticada metáfora de la sociedad en que nos desenvolvemos. Una metáfora del país (y de cualquier país, también), del bicentenario, de las características degradantes que nos hacen ser más humanos que perfectos. La autora es categórica y a la vez, como ya se dijo, sugerente. Porque estas dos mujeres, madre e hija, pueden ser solo una hija o solo una madre, o puede que efectivamente dos mujeres anarquistas luchen por mantenerse con vida, para que no trafiquen su sangre, para seguir apostando órganos porque sí y porque no. Dos mujeres disminuidas por los médicos. Mujeres menospreciadas que han pasado por el abecedario de los consultorios, siempre pendientes de sus enfermedades, de cómo mejorar. Mujeres fisuradas, adictas a los medicamentos, a los procesos quirúrgicos. Porque el médico te quiere ahí, en una cama con sábanas usadas por alguien que ya murió; ahí sin ser tú, ahí por tu cuerpo, ahí por tus órganos y por todo lo que aún pueden obtener de tu envase.
Tal como en Lumpérica, Eltit utiliza al cuerpo humano como recurso esencial. De maneras más crudas, quizás, pero no por eso menos certeras. Madre e hija luchan por mantenerse con vida, y a veces por morir, también. Luchan contra una sociedad que las ha abandonado, que las subvalora, que les ha quitado el sentido de pertenencia que tanto buscamos los seres humanos. Sin lugar a dudas una novela interesante, con potentes imágenes y personajes que reflejan lo que somos. Porque somos nosotros mismos quienes pagamos a diario el impuesto a la carne.
CITAS DEL LIBRO:
- Los fans actuaban con un júbilo místico mientras desplegaban toda su eficacia para conseguir que nuestro médico conservara su lujo, su guarida y la ocasión de ser quien era: un médico de pies a cabeza.
- Mi programa (humano) es apelar a un escrito sin pretensiones, escalofriantemente sencillo, aun simple diario local o a una memoria que no se termine de comprender del todo y que, sin embargo, nos permita hacer un milímetro de historia.
- Sé que las enfermeras, a menudo, hacen lo que quieren con nuestra sangre porque nos inducen de manera recurrente a repetir los exámenes. Yo estoy segura de que las enfermeras venden nuestra sangre, pero dónde o ante quién podría denunciar esta irregularidad o esta franca tropelía.
- Oigo a mi madre que me dice que no, que no, pero yo insisto, le ruego, la hastío con mis demandas de dulces, de juegos, de besos y le pido que me tome en brazos, que no, no no quiero caminar, que me lleve en brazos por la calle para que la gente nos vea o nos detenga con algún comentario abiertamente positivo sobre nosotras, una madre con su hija, ¿qué imagen podría ser más perfecta o más sagrada?, ninguna.
- Las enfermeras caminan en punta de pies y reemplazan a las muertas por otras moribundas.
- Sí, me gustaría precisamente hoy estar muy cerca de mi madre, conversar con mi mamá linda preciosa, jugar con mi mamá linda preciosa, acostarme y dormir con mi madre, porque las dos siempre hemos estado solas en el mundo y ya cruzamos todos los umbrales que el tiempo permite hasta convertirnos en gestas humanas que merecen, eso lo pensamos mi mamá y yo, un mínimo de respeto por nuestra capacidad de soportar.
- Eso es todo lo que tenemos. Años, mamá, solo tenemos años, nada más.
- Y ahí si que mi mamá se volvía loca, pero loca de verdad y corríamos por las calles buscando un analgésico, el más poderoso, ¿que no ve que a mi hija se le parte la cabeza? Y las dos terminábamos sentadas en la sala de espera, tan antigua, tan irreconocible para mi memoria.
- Siento, con una convicción inusitada, cómo me desplazo por esa superficie representando a la especie ignota de un sistema ínfimo que todavía no es capturado por la creciente racionalización del mundo.