El sonido de los sapos – David Vicente
Luego de leer libros como este, el de David Vicente, es que me pregunto si debo o no redactar algo al respecto. Porque entro en debates éticos con mi almohada de quién es uno para juzgar, porque a fin de cuentas no soy crítico, sino un mero lector amante de la palabra bien ligada. Pero así como adoro escribir sobre los títulos que me dejan algo positivo, creo que también es sano hacer una catarsis sobre lo que no nos deja ese algo bueno.
Veamos, El sonido de los sapos es una recopilación de dieciocho relatos cortos de Vicente, donde el sexo es lo que mueve a los protagonistas, muchas veces con emociones ligadas al lado oscuro del ser humano. Pero el autor peca en dos puntos específicos al momento de mostrarnos sus historias. Nos adentraremos en cada uno en detalle.
Primero, uno de los principios de las composiciones literarias se echa de menos en todos los textos de Vicente: el tan, tan archiconocido show, don’t tell (mostrar, no decir), técnica utilizada para conseguir que el lector experimente la historia a través de las acciones, las palabras, los sentidos, las emociones y los pensamientos de los personajes, en vez de las descripciones del narrador, que muchas veces suelen ser francamente un fastidio para el lector. En El sonido de los sapos, Vicente tiende a mostrarnos la historia de los personajes mediante su valorización como narrador, contándonos lo que pasa -y haciendo juicios de valor, muchas veces-, obviando el hecho que uno como lector prefiere que la construcción de una imagen nos muestre y nos haga sentir.
El segundo punto débil tiene relación con el anterior, porque para conseguir que el lector experimente lo que pasa con el personaje, muchas veces los escritores utilizan el narrador en primera persona, que, siendo honestos, facilita la tarea de comprender el universo del personaje, porque el lector escucha al personaje, no a un narrador que te cuenta monótonamente lo que va sucediendo escena tras escena. Y aquí está el otro pecado de Vicente: en la mayoría de los relatos incluidos en este libro, el narrador omnisciente anula las voces de los personajes, quitando personalidad y fuerza a las historias.
Si seguimos por esta línea, podemos decir que algunos diálogos resultan muy informativos y que el narrador mantiene la misma voz en todas las historias, lo que de alguna manera -no sabría decir cómo- afecta la lectura del libro. Es como que no hubiese cambios, que todo fuese monótono; siendo que casi todos los textos tratan la misma temática, el hacerlo con una misma voz hace un tanto tediosa la lectura de los relatos. Por otro lado, varios cuentos pecan de tocar superficialmente la emocionalidad de los personajes, dejándolos acartonados, en su mayoría.
Entre los cuentos que destacan, están El sonido de los sapos y El maniquí, ambos textos muy originales e interesantes; El regalo de Navidad de Marcos, donde el autor se atreve -y se agradece- a jugar con la consciencia de dos personajes; y Gioconda, que a mi gusto es el cuento con mayor profundidad del libro, donde Vicente nos muestra a un ser humano llagado y expuesto, ad portas de descubrirse como tal.
CITAS DEL LIBRO:
- El fin también es un párrafo sin vuelta atrás. Prólogo
- Puede que tras una hora hablando con él te parezca un tipo atractivo, pero no tiene un atractivo a priori. Para entendernos todos, a nadie le resultaría atractivo si en vez de trabajar en el mundo audiovisual trabajase como pollero o como taquillero del cine. Martina, sin embargo, sería igualmente atractiva si en vez de trabajar como educadora social te preguntase detrás de un mostrador si prefieres el pollo entero o deshuesado. Martina
- Un par de polvos a la semana, puede que tan solo uno. Quizá eso cambiase su perspectiva de las cosas. Quizá eso le hiciese ver la vida de otra manera. Quizá eso la hiciese sentirse menos sola. Martina
- Eso es lo que debía haber hecho yo unos años atrás, siete, por ejemplo. Irme a París, a Londres, a Nueva York o a cualquier otro sitio a trabajar en cualquier cosa, a emborracharme, a alquilar un cuchitril de mala muerte y a escribir de madrugada. Pero no, me había quedado como un timorato en casa de mis padres y lo único que había hecho era acomodarme y soñar con una vida distinta a la que llevaba. Café con hielo
- Me vino a la cabeza una frase que había oído o leído en algún sitio: «Tú eres el arquitecto de tu propio destino». Si era así, desde luego yo estaba haciendo una chapuza de casa. Pequeñas rutinas
- Raquel tiene veintiséis años y es virgen. No porque lo haya decidido ella, claro que no, de ser así no andaría todo el día con la mano puesta en su coño. Gioconda
- Todo el mundo sabe que cinco minutos no son iguales a otros cinco minutos. ¿Cómo se puede medir de la misma manera el tiempo que pasas haciendo el amor y el tiempo que pasas en la oficina? No es lógico. Dignidad
- Un poco más y todo habría terminado una vez más. Aunque en realidad nada habría terminado. Al cabo de unas horas volvería a repetirse la misma escena. Otra polla distinta, otro rostro distinto. Pero a fin de cuentas idéntico a todos los demás. Llueve afuera