El negro sendero del miedo – Cornell Woolrich

Negro senderoCuba. Los años cuarenta. Bill Scott llega al país con Eve, la esposa de su ex jefe, Eddie Roman, un hombre que dedica su tiempo a invertir dinero en clubs nocturnos. Menos de veinticuatro horas en La Habana y Eve es asesinada, siendo Bill el principal sospechoso. En un país desconocido y con las dificultades propias de la barrera idiomática, Bill tendrá que escapar de la policía local, intentando a su vez dar caza a quienes lo incriminaron, en un clima de suspenso que no hace más que ir creciendo hasta el desenlace mismo de la historia.

Woolrich, también conocido como el “Poe moderno” -o como William Irish, o George Hopley- narra una historia, que ya es interesante per se, en una prosa vertiginosa, cargada de imágenes sobrecogedoras y vívidas. Como lector, logra el tan deseado efecto de que estés ahí, en escena, como si en lugar de leer estuvieses viviendo un mundo ajeno como propio, ¿y no es este uno de los fines últimos de la literatura?, ¿no es esa, acaso, su magia? Hacer del libro no solo un medio de transporte, sino que también un hogar.

El negro sendero del miedo narra magistralmente un camino angustioso hacia la fatalidad misma, dosificando con un gotero el suspenso al lector. Woolrich se juega todas sus cartas en una selección de personajes muy visuales, bien caracterizados y con propósitos claros dentro de la historia. Destaca también la atmósfera y la tensión que brinda a cada capítulo, haciendo casi imposible que el lector deje la novela a medio camino.

Sin lugar a dudas una novela que merece ser leída y reconocida en su género. Vaya y léala, le aseguro que no se arrepentirá.

CITAS DEL LIBRO:woolrich

  • Manos, algunas manos se tendieron hacia ella y las aparté a manotazos. Aquellos restos eran míos; nadie podía tocarlos.
  • Y fue emergiendo lentamente el resto de la hoja y la aguda punta; acerada, recta, elegante y delgada y mortífera. Mirarla era como mirar a la misma muerte. Aquello era la muerte. Y de súbito, había cesado de salir; ya no había más. Había terminado. Y donde ella había estado sólo quedaba una cavidad; y en lo profundo de ésta, sangre. Sangre demasiado haragana para continuar fluyendo. O demasiado fría ya.
  • Aun su perfume continuaba allí; pero faltaba ella. Todo había durado más que ella; hasta mi pobre, tosco amor.
  • Yo había pensado que ella sería un simple capricho de él, de esos que suelen durar una temporada. O aun, quizá, una sola noche. Pero aquello era para toda la vida. Y ella lo había dicho con aquel tono de disculpa, casi avergonzada, que emplearía una mujer sorprendida en el curso de alguna engorrosa y sucia labor hogareña para decir: “Estoy llena de polvo y grasa hasta los ojos; no puedo presentarme así ante la gente”.
  • Aquello era como llegar al último puerto, Y el sendero que me había llevado hasta él a través de la noche había sido tan negro y tan pleno de terror, descendiendo sin cesar, más y más hondamente, hasta arribar a aquel abismo insondable más abajo del cual ya nada podía haber…
  • Todo se volvió brumoso y confortable. Ya no había más desdichas en el mundo; ya no había más amores asesinados; no más polizontes. Nadie a quien temer. Nadie a quien uno tuviese que dar caza, ni nadie que tratase de darle caza a uno. Un crepúsculo del cerebro, con la noche cayendo a toda prisa. Pero no la noche del calendario; la noche de la existencia.
  • El último chispazo de conciencia se esfumó con aquella especie de ruido sordo y suave que bien podría haber sido un estrépito atronador en torno mío, que hasta pudo haber hecho temblar el edificio íntegro; pero yo ni siquiera oí ni sentí aquello, allá en mi interior, allá donde yo estaba.
  • Yo no sabía si aquello era el sueño o la muerte. Pero aun cuando aquello fuera la muerte, caray, vaya que era agradable morir.