La casa de Riverton – Kate Morton
Sin siquiera terminar de leer esta novela ya tuve la necesidad de iniciar la escritura de mis reflexiones al respecto. Kate Morton merece mis respetos, porque para mi es tan grande como Isabel Allende -y quien me conoce sabe cuánto admiro a la autora de El cuaderno de Maya-. A pesar de estar “recién iniciándose” en esto de la literatura -lo siento, eso de recién iniciándose fue a la ligera, puesto que Morton es titulada en arte dramático y literatura inglesa, además de tener tres best sellers bajo el brazo y una cuarta novela en edición-, la australiana tiene un éxito abismante en todo el mundo, lo cual, a mi parecer, es merecido, pues sus novelas son indudablemente espléndidas, y tan solo leyendo las dos primeras, ya podemos concluir que Kate Morton vino para quedarse en las estanterías de “los más vendidos”.
Hace pocos meses leí El jardín olvidado, su segunda novela, primera en alcanzar este éxito desmedido que ya mencionaba -4 millones de ejemplares según la editorial Suma de Letras-. Quedé fascinado por su modo de escribir, de relatar la historia y ennebrarla por medio de tres tiempos históricos, a mi gusto de forma magistral. Además, y no puedo dejar de reconocer, sentí que ese libro fue una carta de presentación casi perfecta, donde estés donde estés, mientras tengas el libro en tus manos, sentirás que te dice: esta soy yo, Kate Morton, tengo historias que contar que gustarán, y sé contarlas bien.
Este espacio no es para El jardín olvidado, tendré que releer esa novela -y con mucho gusto lo haré- para dar una opinión fundada y fresca al respecto. Ahora hablaremos de La casa de Riverton, la opera prima de esta escritora australiana. A mi parecer y si no has leído a Morton, te recomiendo que primero leas Riverton y luego El jardín, no porque haya relación alguna entre ambos libros, sino por la adrenalina que desborda el segundo y que le falta al primero. Con esto no estoy diciendo que La casa de Riverton sea un mal libro, para nada, sino que es mucho más apacible y calmo que El jardín olvidado. La novela juega nuevamente con los tiempos, puesto que pasado y presente convergen en un mismo personaje, Grace Bradley, quien en su juventud sirvió en una mansión en Riverton Manor, donde además de soñar con novelas de Sherlock Holmes y Agatha Christie, se desvive por las niñas Hartford, Emmeline y Hannah. Es en esta mansión que un poeta -amigo del mayor de los hermanos Hartford- se suicida, siendo las chicas únicos testigos de la tragedia. En el presente, Grace es la única sobreviviente de aquella época, los gloriosos años veinte, por lo que una directora de cine la contacta para solicitarle ayuda con la escenografía y uno que otro detalle relacionado con el rodaje de la historia del poeta y su suicidio. La historia va del pasado al presente, de las travesuras de las niñas Hartford y los quehaceres de la mansión al asilo de ancianos; de la servidumbre de Riverton a la soledad y los misterios que hacen de la vida de Grace algo particular.
Si bien la novela goza de recursos bien utilizados, hay que reconocer que a veces se escapa el omnisciente que la narradora lleva dentro, porque a pesar de que la historia esté completamente narrada bajo la mirada y memoria de Grace, algunos detalles son poco probables que ella, como sirvienta y posterior doncella de una de las hermanas Hartford, fuese capaz de percibir, aunque tuviese una capacidad empática sobrenatural con las niñas. Las Guerras Mundiales son dos personajes más dentro del libro, que nos permiten adentrarnos en el subconsciente de los personajes y cómo los mismos viven este tipo de conflictos, tanto aquellos de la clase alta como de la servidumbre. Es así que nos topamos con esposos norteamericanos que hacen alianzas con poderosos alemanes para esclavizar a sus empleados, como también con hombres y mujeres que sienten la necesidad de hacerle frente a la guerra, ya sea yendo a los campamentos, trabajando en las estaciones de enfermería o simplemente a través de la confección de amapolas de papel de seda en conmemoración a los caídos.
A pesar de que la historia central gire en torno a la muerte del poeta R.S. Hunter, cabe mencionar que no es hasta las últimas páginas del libro en que se explicíta cómo se desencadenaron los hechos que llevaron a su muerte. Esto puede parecer trivial para algunos, pero a mi gusto es mejor saber estas cosas desde un inicio para disfrutar las demás historias sin estar expectante de cuándo se hablará sobre el misterioso suicidio. La gran mayoría de las páginas se centra en los recuerdos de Grace sobre las familias que habitaron la mansión de Riverton, con muchos momentos memorables -como cuando Emmeline está por poner el ángel en la punta del árbol de navidad de la biblioteca de la casa, o cuando la misma se fuga con un francés que dirige películas de dudosa reputación, o cuando Grace junta el dinero durante meses para comprar un libro de Sherlock Holmes, el primer objeto nuevo en toda su vida, y así suma y sigue-, como también se centra en la vida de la propia Grace, tanto en el presente, a través de la relación con su nieto, como en el pasado, donde los fantasmas de su propia genealogía están prontos a revelarle secretos que jamás imaginó posibles, haciendo de su vida una balanza desequilibrada entre amor propio y fidelidad a quienes sentía que se debía -mención aparte a las clases de taquigrafía y todo lo que esto involucra dentro de la obra. El que ya la leyó sabe a lo que me refiero-.
Kate Morton goza con la Inglaterra antigua, lo he leído en diversas entrevistas y lo deja claro en sus novelas, siempre detallistas y bien logradas en ese aspecto. Como ya dije, La casa de Riverton no es una montaña rusa, a diferencia de su sucesora, sino que es de lectura placentera, que intriga e inquieta de una manera apacible, que hace que quieras entrar en la cabeza de Morton y devorarte las hojas -con un apetito controlado y no a través de atracones- hasta llegar al final y felicitarte porque tu teoría fue la correcta sobre la muerte del poeta, y a la vez frustrarte porque nuevamente terminaste una novela de esas que no siempre encuentras, pero que sabes que si viene de esta australiana, probablemente gozarás de principio a fin.
CITAS DEL LIBRO
- Tal vez no muera nunca, sino que simplemente continuaré consumiéndome hasta que un día, cuando el viento del norte sople, me transporte de aquí para fundirme en parte del cielo.
- Es un sentimiento extraño el que surge en las raras ocasiones en que captamos nuestra propia imagen inmóvil. Un momento imprevisto, libre de artificio, en el que incluso olvidamos engañarnos a nosotros mismos.
- Además del matrimonio, para una dama el obituario es la única oportunidad de que su nombre aparezca en el periódico. Y que Dios se apiade de ella si la prensa se ensaña con su funeral, porque no tendrá una segunda oportunidad.
- Es una verdad universal que, sin importar lo conocida que sea una escena, al observarla desde arriba se experimenta algo parecido a una revelación.
- Quiero experimentar la sensación de que la vida me transforme —declaró luego, como si recitara un verso aprendido de memoria.
- La ignorancia aporta claridad. Selecciona y omite con serena perfección.
- Yo miré de reojo su cara tan inconfundible, tan segura, tan libre de ambivalencia, y sentí que mis argumentos se desintegraban, se desvanecían, aun cuando yo misma los había construido. No había palabras que pudieran hacerle comprender en un instante lo que a mí me había llevado años.
- En cierto modo, le agradaba tener una marca de Robbie. Hacía más tolerable el tiempo que pasaba sin verlo. Era un recordatorio privado de que él realmente existía, de que ambos realmente existían. En su mundo secreto. A veces miraba esa marca en el espejo, como una flamante esposa mira repetidamente se anillo de boda. Le recordaba quién era. Sabía que, si se lo contaba, él se quedaría horrorizado.
- El verdadero amor es como una enfermedad (…). Antes no lo comprendía. Cuando leía relatos o poemas, cuando veía obras de teatro, no entendía por qué motivo personas inteligentes, razonables, de pronto hacían cosas extravagantes, irracionales (…). Es una enfermedad que te ataca cuando menos lo esperas. No tiene remedio y a veces, en los casos más graves, es fatal.
- No siempre hablamos. A menudo él se sienta junto a mí y me toma de la mano mientras dormito. Me gusta que lo haga. Es el más entrañable de los gestos: la infancia brindando consuelo a la ancianidad.
- Me alejo del tiempo. Su medida deja de tener sentido: segundos, minutos, horas, días, al cabo de toda una vida no son más que palabras. Todo lo que tengo son instantes.