El cuerpo humano – Paolo Giordano

El cuerpo humano«Un tonto nunca se repone de un éxito». Esa frase célebre del maestro Wilde me hace pensar en Giordano como un ser inteligente. No pude sacármela de la cabeza desde que tuve esta novela en mis manos. La soledad de los números primos, la opera prima del italiano, causó revuelo mundial y le dejó la vara alta, pero desde que se reveló la portada algo nos dejó entrever que valía la pena esperar. La imagen del abrazo, las miradas, algo había por descubrir.

Al abrir el libro y adentrarnos en las palabras, la historia es desgarradora. Un grupo de jóvenes soldados italianos se dirigen a una base en la mitad de un desierto en Afganistán. Muchos van con la intención de divertirse –vaya, qué manera, ¿no?–, pero estando allí, viviendo bajo una amenaza latente e invisible, descubren que son sus propios demonios contra los que tienen que luchar. Cada personaje vivirá su propia guerra emocional, ligada a la distancia, a sus relaciones interpersonales y a sus frustraciones.

Giordano se adentra en la conciencia de todos sus soldados para mostrarnos sus mundos privados, esos que tendemos, como seres humanos, reservárselos solo a aquellos que creemos merecedores de tal privilegio. Con un enfoque novedoso, el autor deja en segundo plano la misión como tal, centrándose en el humano. Y aquí, mientras avanzamos en las páginas, asentimos sonriendo, porque el autor italiano demuestra que La soledad de los números primos no fue un acierto al azar. Todo lo contrario, el autor goza de una pluma lúcida y llena de vida que transmitir al lector. Es así que nos vuelve a enamorar con personajes toscos como Cederna, un soldado de lo más idiota e inmaduro; Egitto, el médico del grupo, reflexivo y nostálgico, adicto a los antidepresivos; Zampieri, la mujer del pelotón, quien busca convencerse que es capaz de estar allí, de hacerle frente a la guerra tal como sus compañeros. También tenemos a Ietri, un joven soñador que pretende ser la mejor versión de sí mismo, y a René, el comandante del grupo, que vive de la prostitución cuando no está al servicio de la armada y piensa en la mujer que espera un hijo suyo a miles de kilómetros de distancia.

La novela se estructura en tres grandes partes: Experiencias en el desierto, El valle de las rosas y Hombres. La primera tiene relación con la llegada y el proceso de amoldamiento de los soldados a su nueva vida, en la segunda se lleva a cabo una misión completamente inesperada y en la tercera se cierra el ciclo, atando los cabos sueltos luego que la misión concluyera. El tono intimista que logra Giordano en esta novela coral saca aplausos. Ágil, intenso y verosímil. La prueba de fuego para el turinés.

CITAS DEL LIBROpaolo-giordano1

  • Hay que ver en lo que se ha convertido, en alguien que construye minuciosamente escenas imaginarias alrededor de la única mujer con quien ha compartido la habitación en mucho tiempo, una mujer a la que jamás habría deseado volver a ver. El destino o, más probable, una de sus coacciones, los ha metido allí dentro y ahora aguarda a extraer las consecuencias obvias. Pero al teniente no le gusta ese mecanicismo.
  • La verdadera recompensa a cualquier acción reside en la acción en sí.
  • Las guerras no se combaten con el sexto sentido. Los cinco primeros son más que suficientes.
  • Está experimentando algo que sabía de antemano: que toda la pena, el sufrimiento y la compasión hacia otros seres humanos no son sino pura bioquímica: hormonas o neurotransmisores inhibidos o liberados. Cuando cae en la cuenta, de repente se indigna.
  • Entre ellos existe una libertad completa, casi obscena; para todos, el cuerpo de los demás no resulta menos familiar que el propio, incluso para la única mujer del grupo, que ofrece despreocupada un costado desnudo.
  • La ha mirado mucho, la mayor parte del tiempo. Se ha permitido fantasear sobre cómo haría el amor con ella, echados en el suelo de la garita, cómo le apretaría los muslos y le taparía la boca. Aunque también ha tenido pensamientos más tiernos en los que se besaban y se acariciaban las manos, y él le enseñaba la casa de Torremaggiore y comían juntos con su madre, que preparaba para la ocasión focaccia de patata.
  • Saltándose varias etapas lógicas, empieza a fantasear sobre una posible vida conyugal con Irene Sammartino. Se la imagina como una mujer que arrastra tras de sí un sinfín de papeles, que llena el espacio de revistas y montones de folios y amontona la ropa en el sofá. Egitto no se enfada, no demasiado, la observa a través de las rendijas de ese desorden. Se pierde en el análisis de sus virtudes y defectos anatómicos, igual que cuando estaban juntos, como si la atracción pudiese decidirse así, de manera abstracta, a partir de una tabla de dos columnas.