El cielo cambia – Zoë Jenny


Zoë Jenny me sorprendió con El cielo cambia, una novela que trata sobre la vida misma. Claire es una joven bailarina hasta que un desafortunado accidente termina con su carrera, dejándola desesperanzada. Para superar este trauma, se enfoca en la necesidad y casi obsesión de ser madre, lo que la frustra a niveles desmedidos por los problemas de fertilidad de origen desconocido que tiene con su pareja. Es así que vemos a través de los ojos de Claire cómo el destino cambia y, por ende, nos cambia a nosotros también.


Tras el accidente que terminó con su prominente carrera, Claire se dedica a dar clases personalizadas de natación, donde surge una relación obsesiva con Nora, una pequeña que tiene miedo a nadar y busca desesperadamente una imagen materna a la cual aferrarse. Así, Nora y Claire, acompañadas en sus soledades, crean un lazo que para el resto de los personajes no deja de ser escabroso, porque vamos, Claire intenta concebir un hijo y no puede -llegando a envidiar a su propia hermana por la facilidad de establecerse en familia-, y Nora se presenta como la oportunidad perfecta para volcar todo ese amor materno que lleva dentro y no puede dar a nadie más.


¿Es ella lo suficientemente fuerte para forjar su propio destino y no dejar que la vida simplemente pase? Claire sufre lo que, a mi gusto, todos vivimos en algún momento, ese sentimiento tan horrible de autocompasión que no nos permite avanzar, ni crecer, ni siquiera enfrentarnos a nosotros mismos y decirnos que ya basta de tonterías, que ya es momento de tomar las riendas de nuestros destinos.


El cielo cambia representa eso mismo: cambios. A través de los cielos de Londres reflexionamos junto a Claire sobre ataques terroristas, bebés probetas y el destino mismo de la sociedad, donde vemos en el cielo cierta similitud con nosotros, los humanos. Habrá que estar atentos a esta nueva promesa literaria.


CITAS DEL LIBRO:



  • Ella le tocó la mano con el dedo, breve y suavemente, como para asegurarse de que era real, de que, en caso de necesidad, ahí estaba esa mano a la que asirse y sostenerse.


  • Claire comprendió que la gente moría dos veces y que la segunda es la definitiva: cuando nadie te recuerda ya, cuando se borra cuanto queda de tu existencia, cuando desapareces del todo y para siempre.


  • Había movimiento en la última planta de la torre, por encima de las llamas, pero Claire tardó unos instantes en comprender que esas figuras diminutas eran personas. Miró con más detenimiento. Algunas se habían quitado las camisas y las agitaban como banderas de rendición. Entonces empezaron a saltar. Era extraño ver a esas personas, tan pequeñas e irreales como soldados de juguete, saltar a la muerte, con el acero bruñido del edificio tras ellas, brillando gloriosamente al sol (…). Era increíble ver ese acontecimiento histórico en tiempo real, como un juego malvado, una nueva forma cínica y macabra de entretenimiento.


  • Miradas, milisegundos de movimientos, el modo en que él le retiró una miga de los labios, todo era una confirmación de su mutuo acuerdo. No había necesidad de hablar, no hacían falta palabras, y a ella le sorprendió lo directas y sencillas que podían ser las cosas entre los humanos.


  • Toda sociedad deja su impronta en la superficie de la ciudad creando un nuevo estrato, como un anillo de crecimiento. ¿Qué dejaría la suya? Trenes de alta velocidad que corrían bajo el mar, modernos edificios de cristal y nuevos materiales ligeros. Y, en medio de aquello, unos jóvenes con zapatillas de deporte y mochilas FitnessFirst que amañaban teléfonos móviles de prepago, cuyos jóvenes y perdidos corazones rebosaban un odio encostrado, antiguo y siniestro.


  • Quizás eso es lo máximo que se puede alcanzar, aceptar que nunca se entiende por completo al otro y que compartirlo todo es una ilusión ingenua.


  • Quizás ése era uno de los motivos de que la gente tuviese hijos: pasar de nuevo por todas las etapas de la infancia, con todas sus monstruosidades, alegrías y miles de pequeños milagros.


  • Pasara lo que pasara, siempre se tendrían el uno al otro. Lo habían hablado una y otra vez, y tal vez no se podía pedir más. Tener a alguien con quien soportar las cosas.