El juego de Ripper – Isabel Allende
Isabel Allende vuelve a las librerías con El juego de Ripper, su primera novela policial. Como primera conclusión, se puede decir que esta reinvención fue un movimiento certero en la prolífera carrera literaria de la autora.
Indiana es una mujer joven, sanadora de profesión, y pese a llevar tiempo separada, es reacia al compromiso. Por otro lado, su hija Amanda es más parecida a su padre, inspector de la policía de San Francisco. La chica lidera Ripper, un juego de rol donde participa su abuelo y un puñado de amigos virtuales de todo el mundo, donde se pasan las horas resolviendo misterios en el Londres de Jack, el destripador. Las rutinas de ambas mujeres, así como la vida de quienes las rodean, darán un drástico giro cuando la profecía de una reputada astróloga se cumpla y una oleada de crímenes sacuda la ciudad. Amanda, con la ayuda de su abuelo y los chicos de Ripper, ejercerá de maestra de ceremonias para investigar los asesinatos paralelamente a la policía. Lo que parte como un juego basado en hechos reales, cambiará radicalmente cuando Indiana sea secuestrada y, con la vida de su madre en peligro, Amanda deba aunar esfuerzos con la policía para resolver el caso más complejo de su vida.
Allende cumple con todas las expectativas asociadas a la novela negra, un tanto distintas a los géneros que nos tenía acostumbrados. En cuanto a la estructura narrativa de la novela, se ciñe al orden de exploración del género, partiendo de un acontecimiento-desenlace para luego remontarse hasta el que precipitó la acción, mediante descubrimientos graduales y lógicos. Otro de los arquetipos de este tipo de novelas es el personaje detective. Aquí gozamos con el abanico de personajes asociados a la policía que la autora nos cincela no sin ironía, porque a pesar de tener las pruebas ante las narices, no son capaces de dar con las conclusiones correctas. El verdadero detective en El juego de Ripper es Amanda, que junto a sus amigos del juego de rol, definirá las cadenas lógicas de causas y efectos dentro de la historia, transformando el juego en un método de investigación policial. Entre los poco más de cincuenta personajes que aparecen en la novela, destacan Danny D’Angelo, un carismático mesero que por las noches se disfraza de Whitney Houston; Lulu Gardner, una pintoresca y mítica anciana que se gana la vida tomando fotografías con una polaroid; y Petra Horr, asistente de la policía, ex convicta y experta en artes marciales.
Por otro lado, Isabel Allende nos deja entrar a su mundo con esta novela a través de pequeños detalles que, para quienes hemos leído sus historias, no pasarán desapercibidos. Es así como, por ejemplo, nos cuenta que Blake Jackson, abuelo de Amanda, escribe un libro respecto a los crímenes anunciados por la astróloga, el que recibe críticas despiadadas, acusándolo de realismo mágico, «un estilo pasado de moda», citando al narrador de Ripper, clara ironía respecto a las obras de la autora. En otro momento de la narración, Allende nos cuenta que Amanda tiene un amigo invisible llamado Salve-el-Atún. Al pasar las páginas, Amanda recibe de regalo un gato, a quien nombra de la misma manera. En La suma de los días, Isabel nos cuenta que su nieta Andrea había entrado en una etapa conservacionista, donde se paseaba con un muñeco del mismo nombre, vestida de mendiga –no puedo evitar pensar que esta peculiar nieta de la familia Allende sirvió de modelo para el personaje de Amanda, sobre todo tras leer los créditos del libro–. La autora también menciona en un par de páginas al autor de novelas policiales William C. Gordon, que en la vida real es su marido. Por otro lado, la empleada de Blake, Elsa Domínguez, tiene una historia de vida bastante similar a una de las enfermeras que cuidó a en su lecho de muerte a Paula, hija de la autora, con la única diferencia que Elsa era guatemalteca y la enfermera nicaragüense. Por último, porque o sino el lector se quedará sin sorpresas, en un momento en que Indiana y Ryan sostienen una emotiva conversación en un bosque de secoyas, ella le propone que llame a los espíritus que le pesan para pedirles perdón. Ese instante, entre las secoyas, no deja de ser familiar con las narraciones de la autora referentes a su hija Paula, cuyas cenizas descansan en un bosque de San Francisco rodeado de estos árboles. En fin, es un deleite encontrar estas pequeñas compuertas al mundo de la autora entre sus narraciones, una ventana cuya cortina podemos abrir o pasar de largo sin mayores consecuencias en la historia, pero que sí amplían los matices de la misma.
En conclusión, El juego de Ripper es una novela que cumple a cabalidad con lo que se propone: mantiene al lector en suspenso al pasar de las páginas y sorprende con un final inesperado y, no menos importante, verosímil, haciendo que Allende salga airosa con este proyecto que la aleja de su zona de confort literario.
CITAS DEL LIBRO:
- El tema no le interesaba en absoluto, solo deseaba admirarla reflejada en el gran espejo biselado detrás de la bañera, anticipando el momento en que llegarían las ostras y el salmón, descorcharía una segunda botella de su sauvignon blanc y ella saldría del agua, como Venus del mar. Entonces él la arroparía con una toalla, envolviéndola en sus brazos, y besaría esa piel joven, húmeda, acalorada; después iniciarían los juegos del amor, esa lenta danza conocida. Eso era lo mejor de la vida: la anticipación del placer.
- «El dolor, como todas las sensaciones, es una puerta para entrar al alma –le dijo–. Pregúntate qué sientes y qué te niegas sentir. Presta atención a tu cuerpo. Si te concentras en eso, verás que el dolor cambia y algo se abre adentro de ti, pero te advierto que la mente no te dará tregua, va a tratar de distraerte con ideas, imágenes y recuerdos, porque está cómoda en su neurosis, Gary.»
- Lanzó un grito ronco y terrible, nacido en el vientre, que le subió por el pecho como una llamarada, vio avanzar a la espantosa criatura; el segundo grito se le atascó en la boca y el aire se le acabó.
- Le contó a Sharbat que pertenecía a un puñado de guerreros especializados, los mejores del mundo. Cada uno de ellos era un arma letal, su oficio es la violencia y la muerte, pero a veces la conciencia puede ser más fuerte que el entrenamiento y todas las estupendas razones para la guerra –deber, honor, patria–, y algunos ven la destrucción que causan dondequiera que vayan a combatir, ven a los compañeros desangrándose por una granada enemiga y los cuerpos de civiles atrapados en la contienda, mujeres, niños, ancianos, y se preguntan por qué pelean, qué propósito tiene esa guerra, la ocupación de un país, el sufrimiento de gente igual a uno, y qué pasaría si tropas invasoras entraran con tanques a su barrio, aplastaran sus casas, y los cadáveres pisoteados fueran los de sus hijos y esposas, y también se preguntan por qué se le debe más lealtad a la nación que a Dios o al propio sentido del bien y el mal, y por qué siguen ese afán de muerte y cómo van a convivir con el monstruo en que se han convertido.
- «Espérate un poco», le dijo a la muerte, empujándola a un lado.
(Fotografías: Lori Barra)