Mamá – Joyce Carol Oates
Comencemos con un par de cuestionamientos existencialistas: ¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué sería de su vida sin su madre? O para quienes ya no la tengan a su lado, ¿quién no se ha preguntado, si acaso el tiempo fuera más elástico, lo que le diría y no le dijo cuando la tuvo viva, riendo a su lado? ¿Quién no se ha arrepentido de los actos (no) cometidos?, ¿o por las ausencias? Son preguntas que se me vienen a la cabeza después de haber leído Mamá.
Joyce Carol Oates nos cuenta la historia de la familia Eaton, específicamente de Nikki, una mujer adulta y con su vida encaminada, que pierde a su madre en manos de un asesino. Así es como nuestra protagonista –una Nikki con tintes adolescentes, la mente más bien deformada y una reputación olvidable– tiene que enfrentarse a lo que nunca pensó sucedería: la muerte de su madre. Porque nadie espera que su madre muera cuando es una mujer sana, fuerte y querida por su círculo cercano. Nikki se plantea una serie de interrogantes que la enfrentan a sí misma, a la Nikki hija, la que defraudó a su madre encamándose con un hombre casado, la que nunca tuvo los pies en la tierra. A la Nikki adolescente, a la que intentará salir del difícil momento lo menos herida posible.
Mamá es un homenaje al universo femenino y al lazo mágico que une a madres con hijas. Un universo (casi) exento de hombres, donde son ellas quienes nos guían y enseñan la fineza del hilo que teje una relación filial. A través de anécdotas detallistas y bien pensadas, Oates nos muestra este manto indestructible, tejido momento a momento, en una sucesión de acontecimientos de gran riqueza visual para el lector. Nikki nos presenta a su madre difunta desde su perspectiva, así como también se explaya respecto a temas transversales, como la maternidad y el amor, desde un punto de vista intimista y único.
La autora narra con maestría la historia de una mujer que debe crecer a la fuerza. Una mujer llena de dudas, como cualquier ser humano, a fin de cuentas, más aún tras la pérdida de un ser amado. La pena que la invade la llevará a vestirse como su madre, cocinar sus recetas y visitar a sus antiguas y ancianas amistades, en un intenso y delirante intento por conocer más a la mujer que le dio la vida. Somos espectadores de esta transformación desde sus inicios y vivimos con ella cada una de las etapas del duelo, atentos al juicio en contra el asesino, que siempre se acerca con su resolución de justicia.
Mamá es una novela auténtica. Una historia que puede pasarle a cualquiera, a ti o a mí, porque nadie está a salvo de la muerte ni de la mala suerte. Mamá es una novela que cala hondo, que busca mediante sus descripciones precisas y personajes complejos mostrarnos que la vida es finita, que no se debe esperar para decir lo que sentimos por el otro, porque quién sabe, aunque se lea trillado, mañana puede ser demasiado tarde.
CITAS DEL LIBRO:
- La última vez que ves a alguien y no sabes que será la última vez. Y todo lo que ahora sabes, ojalá lo hubieras sabido entonces… Pero no lo sabías, y ahora es demasiado tarde. Y te dices: «¿Cómo iba a saberlo? No podía saberlo». Te lo dices.
- Algo se quebró y empezó a sangrar en mi pecho cuando me incliné sobre mi madre, cuando vi a mi madre de aquel modo. A ti también te ocurrirá, de una forma única. No lo tendrás previsto, no puedes prepararte para ello y no puedes escapar de ello. La hemorragia no cesará en mucho tiempo.
- En el garaje iluminado con estridencia (tan abarrotado, tan vergonzoso, ¡qué pensarán de nosotros los extraños!) el pequeño cuerpo sin vida de mi madre estaba siendo examinado y fotografiado por extraños que no habían conocido a Gwen Eaton y para los que ella no era más que un cuerpo, una «víctima». Era morbosa la forma de designarla: «víctima de asesinato».
- ¡Esa forma extraña que tiene la gente de hablar de los muertos, como pasando de puntillas! Diciendo cosas como «el cuerpo de Gwen», «el funeral de Gwen». Como si los muertos aún estuvieran de alguna manera presentes más o menos como siempre habían sido, salvo que ahora existía esta nueva entidad desencarnada que era el espíritu de Gwen con la capacidad de poseer un cuerpo, un funeral. Antes mamá era exactamente lo que veías cuando la veías, ahora lo que veías era «su cuerpo». Pero, ¿dónde estaba Gwen?
- Era tan vanidosa como para creer que podía vivir la muerte de mi madre de la misma manera que vivía la mayor parte de mi vida.
- Enamorarse. Los hombres no solían decir estas cosas, normalmente. O al menos no a mí. Yo tampoco decía estas cosas a los hombres. Normalmente. «Enamorarse» era una expresión sacada de alguna canción de blues de los años cuarenta en la que se lamenta este mismo hecho, vibrante y divertida, pero que no hay que tomar en serio, como los tops de encaje rojo de cuero con hombreras cuadradas, las sandalias de tacón alto con tiras de cuero que se enrollan y atan a los tobillos, los peinados de discoteca. Enamorarse: el remate de un chiste.
- ¡Oh, la cabeza me daba vueltas! Pero era una sensación reconfortante, hacía tiempo que no la experimentaba. Una de esas sensaciones que echas de menos. Como las manos de un hombre acariciándote, la boca de un hombre besándote. Casi, la identidad exacta del hombre no importa.
- Qué propio del destino, haber frustrado sus deseos.
- Le observaba por el rabillo del ojo. Le miraba abiertamente cuando él no me miraba. Porque estábamos en aquella fase en la que la vista del otro aún tiene el poder de sobresaltar.