Un juicio de piedra – Ruth Rendell

Un juicio de piedraMe gusta cuando se llegan a los libros a través de los libros. En este caso, en algún párrafo de La última noche que soñé con Julia, de Elizabeth Subercaseaux, uno de los personajes mencionaba a Ruth Rendell y sus novelas “extravagantes” de crímenes. Específicamente, este personaje hablaba de un libro en el que el personaje principal era una empleada analfabeta que mata a toda la familia del lugar donde trabajaba por descubrir su secreto. Brillante. Realmente me encanta cuando los autores nos dejan esos regalos. Un “oye, no lo estoy mencionando por nada, ve y léelo”. Pues bien, como buen enamorado de los libros, di con Un juicio de piedra -algunas traducciones lo tienen por Una mujer de piedra, a mi gusto mucho más ad hoc a la novela- y ahora me encuentro escribiendo sobre ella sin saber muy bien qué decir, porque el género negro no es lo mío, y siendo honestos, para ser una de mis primeras aproximaciones, no ha estado nada, absolutamente nada de mal.

La historia ya la he comentado. Mujer analfabeta -avergonzada de serlo y sin ánimos de no serlo, hay que dejarlo en claro desde un inicio- mata a la familia para la cual trabaja porque descubren su falencia. Como primer punto, me gustaría destacar que la historia comienza sin más ni menos que la siguiente frase: “Eunice Parchman asesinó a la familia Coverdale porque no sabía leer ni escribir”. Una tremenda línea de entrada, ¿no? A diferencia de lo que se tiende a dar en el género, todo esto de la búsqueda del asesino y blablablá, Rendell nos dice desde la primera palabra que Eunice es la asesina y, por si fuera poco, también nos cuenta su móvil. Entonces, ¿qué razones nos quedan para leer la novela? Cientas, comenzando con que necesitamos saber cómo llegamos al crimen como tal.

La novela tiene un no sé qué que la hace adictiva. Partiendo con que Eunice es de los personajes más particulares que he leído en mi vida. Una mujer -nunca mejor usadas las palabras- de piedra, que no sabe leer ni escribir, que siente afecto por todo aquello que sabe no le hará daño, que sufre con la palabra escrita, tanto así que es capaz de matar para calmar su martirio, pero en no de generar un cambio en su propia vida, no de ser mejor y dedicarse a aprender a leer y escribir. Hay una línea psicológica asociada al analfabetismo que se toca tangencialmente en la novela, y cada vez que se hace, uno como lector se levanta y aplaude a la autora, porque es tanto el potencial, tanto lo que se puede aprovechar el estado mental de Eunice, que a veces el modo descriptivo de narrar de Rendell nos acorta un poco el vuelo y nos deja haciendo pucheros. Otro de los personajes magistralmente delineados es Joan, una mujer del pueblo, ex prostituta que se convierte a una de esas iglesias que tanto abundan para dar su testimonio a quien quiera escucharla. Joan, quien, por supuesto, se acercará a Eunice con dobles intenciones y será un factor clave para el desarrollo de la historia.

Rendell se luce en una historia de suspenso entretenida, dinámica y a ratos psicodélica. Para quienes gozan del género policial o de los relatos de crímenes, he aquí una excelente y prolífica narradora.

CITAS DEL LIBRO:Ruth Rendell

  • Ser analfabeto es ser deforme.
  • Sus días, desde ese entonces, comenzaron a discurrir en un mundo estrecho y en penumbra, porque el analfabetismo es una especie de ceguera.
  • Lo que no podía dañarla, como los muebles, los ornamentos, la televisión, era aceptado por ella con ansia, hacía nacer en ella lo más parecido a cálidas emociones de que era capaz, mientras que los Coverdale le eran indiferentes.
  • La música había cesado. Joan tenía que haber desconectado el televisor. También habían cesado los disparos y los gritos. Un silencio más profundo, más sedante para la mente y el salvaje corazón, llenó el salón como un grueso y tangible bálsamo.
  • Eunice era una piedra que respiraba, como lo había sido siempre.
  • No la conmovió ni la piedad ni el arrepentimiento. No pensó en el amor, la alegría, la paz, el descanso, la esperanza, la muerte, que había asesinado al amor, y destrozado la vida, acabado la esperanza, desperdiciado un potencial intelectual, terminado con la alegría, porque a duras penas sabía lo que eran estas cosas. No vio que había dejado cadáveres gimiendo por la sepultura. Pensó que era una pena que aquella estupenda alfombra se encontrara en aquellas condiciones, y estaba contenta porque la sangre no la había salpicado.