Frente a las costas de “Un país imaginario”: entrevista con Maurizio Medo
Entrevista al poeta peruano Maurizio Medo, a propósito de la segunda edición de Un país imaginario. Escrituras y transtextos, 1960-1979, que está próxima a salir en España.
Maurizio, con el libro ya presentado bajo el sello editorial Ruido Blanco, y a punto de salir a la luz una nueva edición en España (donde se unen otros poetas) creo que debo preguntar algo que podría ser una obviedad, pero no por ello menos necesario de hacerlo. ¿Por qué la necesidad de “imaginar” un país donde se reúnan voces poéticas del continente?
Desde que, me parece fue en el 2005, publicamos con Eduardo Milán, una especie de diálogo-reflexión titulado “Escribir contra la pobreza”, la idea comenzó a darme vueltas. Creo que el período, con toda la relatividad que puede existir al referirse a un período, de poetas nacidos desde principios de los 60 hasta fines de los 70, estaba siendo pasado por alto para hablar, más bien, de una novísima (articulada por los escritores nacidos desde fines de los 70 en adelante). Si bien es cierto que en las escrituras de éstos, un grupo mucho más “integrado”, fundamentalmente por el activismo del poeta chileno Héctor Hernández Montecinos (algo muy loable), podemos encontrar nuevos desplazamientos discursivos, la base de los mismos surgió con las poéticas de los “hijos de la crisis”. Tal como lo explicamos con Arteca, en ella se problematiza el estado del “poema”; se asiste, si no a su rotura, a la pérdida de su exclusividad como contenedor del hecho poético. Es decir, a través de estas escrituras lo encontramos en una nueva situación: la de constituirse sólo como una alternativa más entre una serie de construcciones, procedimientos y otras formas, antes marginales que, como señala Bolaño, poco a poco vemos reconociendo como poesía. Podríamos decir también, y es otra de las razones por las cuales se eligió este período, que el idioma se asume como “una generalización establecida por los lingüistas para hablar sobre lo que la gente dice en determinadas zonas” (Montalbetti). Cada autor aparece como extranjero dentro de su propia lengua a través de un discurso en donde los recursos tanto del conversacionalismo como del neobarroco aparecen fusionados generando nuevas capas y sedimentos lingüísticos. Fundamentalmente los poetas nacidos entre el 60 y el 75 inauguran una serie de nuevas geografías, las mismas que son exploradas (y extremadas desde su experiencia) por los “novísimos”.
Un país imaginario. Escrituras y trasntextos, 1960-1979, apareció como la nación donde pueden convivir varias estéticas, o algo de eso se percibe en el prólogo que haces y a lo largo de las páginas, donde uno se topa con diversos escritores (diversos en su estilo, quiero decir). En este sentido, ¿A qué crees tú que se deba entonces la postura de algunos que han visto en Un país imaginarioel refrito de Medusario, y casi casi un libro de exclusiones?
En ese sentido me detendría un instante en un comentario de Andrés Villalba. Cuando Andrés, el Tush, hablaba del estado de la poesía en América Latina hacía referencia a una grieta que se había ido dilatando. Por un ángulo, comentaba, están algunos hispanófilos, atizonados por una poesía clásica y diáfana, cristalina, sin trizaduras ni lugares oscuros, un escenario al que la forma, su minimalismo sugerente y su escenario previsible son más lastres que la camisa de fuerza de un soneto, sin menospreciar bajo ningún punto esta complacencia o inclinación. Y creo, no lo sé, que ésta es la tendencia más arraigada, y también la que tuvo las condiciones más favorables para su desarrollo, y esto no es algo reciente, viene ocurriendo desde los 70s y en varios niveles. La poesía clásica y diáfana es la que manda en el “gusto” de los pocos lectores de poesía, es la predominante en las elecciones de los críticos al elaborar una antología –ojo, críticos y antología. Y conviene, es más digerible, puede despertar hasta simpatías (entre los lectores), la “oreja” está más acostumbrada a esa música. Pero País imaginario no es un estudio de críticos -todos los autores escribimos poesía- reunidos para elaborar una antología – el libro es más bien un “mapeo” en donde no entra en juego el concepto de representatividad, salvo que esté referida a un tipo de escritura, ¿no? Esta sería la única semejanza con Medusario, y quizá la única: es un libro dialogado por tres poetas, esto sin mencionar el postfacio de Róger Santiváñez.
Que el neobarroco no ha planteado nada nuevo desde Lezama Lima, ha sido el tema de algunos para atacar al neobarroco, y ahora, por extensión, al “país imaginario” que presentas. Pero en el libro no sólo hay neobarroco. ¿El ataque es inocente, entonces?, porque muestra que no se detuvieron a leer el libro. ¿O más bien piensas que pueda ser la defensa instintiva de quien no entiende algo?
Yo creo que los ataques, en realidad, son una reacción, más que contra el libro en sí mismo –debido a que nunca fue leído-, contra la Carta abierta en defensa de la pluralidad y convivencia de poéticas, la misma fue asumida como una agresión –según he podido entender-, aunque más bien fue una respuesta al intento de colonización cultural perpetrado desde cierta antología, la misma que buscaba constituirse en un nuevo canon. Ahora, ¿fue esta carta una agresión? Para nada. Lo que planteábamos, fundamentalmente, era la necesidad de reconocer la pluralidad poética heredada y la resistencia a cualquier forma de cierre normativo. Desde este espíritu, y vale decirlo, se había editado País imaginario, por ello no dudamos en adherirnos a esta carta. Ojo, este documento fue propositivo, no se hizo en “contra” de algo o de alguien sino, más bien, en “defensa” de nuestras tradiciones.
¿Y tu postura frente a lo conversacional, frente a la poesía denominada “de la emoción”?
Si, como señala Luis Fernando Chueca, lo conversacional es algo diferente de, simplemente, un discurso comprensible o coloquial, cuyo lenguaje y sintaxis son medianamente llanos, que es lo que podría desprenderse de la elemental proyección de conversación en conversacional, y si para su configuración se debe tener en cuenta sobre todo una narratividadculturalista de huellaanglosajona (que está a la base de apelativo británico modo), creo que trajo consigo muchísimos aportes, fundamentalmente por su carácter profanatorio ante la idea “sacralizada” de lo “literario” y, si uno lee atentamente País imaginario, comprobará que es la materia prima fundamental de las poéticas reunidas, más si el neobarroco ha sido, y es, una línea de expresión minoritaria.
Yo no creo que eso “conversacional” deba vincularse con una función emotiva del poema. Todo poema, toda escritura, es implícitamente un acto emotivo, aunque no quede en la “emoción”. Esa idea del “re-sentimiento” es demagógica. Se trata, como sostiene Eduardo Moga, de “un manifiesto embozado, en el que los nuevos poetas se revelan viejos: abogan por los mismos principios que formularon hace treinta años —y que han defendido desde entonces con imprescriptible ardor— los llamados poetas de la experiencia en España”. En esa “babel” que es la poesía de América Latina creo yo que existe un exceso de nominalismos clasificatorios, dar como válido aquél de una “poesía de la emoción” es abigarrar aún más el panorama, ¿no te parece?.
La confrontación de estilos que existe, que a ratos llega al odio entre autores, es algo que existe desde hace siglos. ¿Crees que la existencia de un estilo, anule obligadamente la del otro?
Asumir una confrontación de esa índole supondría creer que aquello “conversacional”, aquello “neobarroco”, aquello “objetivista” son compartimientos estancos de lenguaje. Yo creo, más bien, que en las escrituras de hoy podemos observar a cada uno de estos flujos en un mismo texto.
Has decidido aumentar algunas voces poéticas en la muestra. ¿De dónde surge esa necesidad? ¿Crees que esta nueva edición, aunque aumentada, seguirá incompleta y habrá quizá con el tiempo y nuevas ediciones que seguir aumentando poetas?
Es algo natural. En la edición publicada en Quito, lo sabes, estaba solo. Desde el momento en que trabajamos con Arteca y Del Pliego, cada uno con aportes valiosísimos y diferentes, el autor es el diálogo, casi un “culto” dentro de la sociedad posmoderna. Ese diálogo plantea nuevas reflexiones, las mismas que están escritas.
Una selección siempre será arbitraria, incompleta, sesgada. ¿Será aumentada en nuevas ediciones? Muy probablemente, por qué no. La edición de País imaginario, gracias a los aportes realizados por varios amigos, críticos y poetas, me ha permitido –y esto lo digo a título personal- conocer nuevos territorios –específicamente aquél de los poetas de las “tres fronteras”. Las nuevas inclusiones al único criterio que atienden es a lo que dije en Quito: aquí nadie representa a un país, cada uno es representado por su escritura.
Ahora que habrá una nueva edición del libro en España, ¿cuáles son tus expectativas respecto a la difusión del mismo? Tomando en cuenta que son pocas las muestras que permiten difundir la poesía de Latinoamérica en Europa. ¿Crees que Un país imaginario se llegue a convertir en un libro indispensable para Europa en el descubrimiento y estudio de la poesía latinoamericana?
No lo sé. Yo creo que el libro, lo conversábamos con Benito Del Pliego, es una oportunidad para poder dialogar con los poetas españoles. No nos conocemos, estamos separados por un muro levantado, entre uno y otro lado, tanto por los prejuicios como por los intereses comerciales de ciertas editoras. Si, como decimos, no hay una escritura “latinoamericana” tampoco habría una “española”. Sólo hay escrituras. La enorme posibilidad que se abre es la de empezar a conocernos sin definirnos por contraposición.