El amante japonés – Isabel Allende
Tras un breve periodo de silencio, Isabel Allende regresa a las librerías con una historia que busca alejarse del experimento que fue El juego de Ripper y, a la vez, retomar esa senda que tan bien ha trazado a lo largo de su carrera literaria, utilizando el amor como principal recurso y protagonista.
Del presente al pasado, de San Francisco a Polonia y a los campos de concentración de Utah, El amante japonés entreteje una telaraña de recuerdos que Alma Belasco, autoexiliada en Lake House, una excentrica residencia para ancianos, intentará poner en orden con la ayuda de su sobrino Seth y su nueva amiga y confidente, Irina Bazili. Serán estos últimos quienes descubran la correspondencia entre Alma e Ichimei Fukuda, hijo del jardinero de Alma en la que fuera su casa de infancia.
La novela traza la historia de amor de Alma e Ichimei, vínculo que se interrumpe cuando la familia Fukuda es llevada a los campos de concentración que Estados Unidos disponía para los japoneses. Años después, cuando tanto Alma como Ichimei tienen ya sus vidas encaminadas, deciden llevar una relación pasional en la clandestinidad.
El amante japonés es un libro sobre el amor y la vejez, ambos temas perfilados con anterioridad por la autora. Como nos tiene acostumbrados, volvemos a los personajes principales femeninos y de carácter fuerte, a las familias poco convencionales y a las situaciones históricas que se nos escapan de las manos y favorecen el movimiento estratégico de las piezas principales. También destaca ver a San Francisco nuevamente como la ciudad protagonista. Entre las novedades, destaca el barniz que se le da a temas como la homosexualidad y la eutanasia.
Con El amante japonés, Allende consigue crear un universo inédito en base al reciclaje de elementos que maneja al dedillo. Es así que vemos una obra poco innovadora -como lo fueron, por ejemplo, La ciudad de las bestias, o incluso El juego de Ripper-, pero que cautiva tanto como las historias de sus inicios. Personalmente, la novela no cumplió con mis expectativas. Me encontré con una historia de tintes monótonos y personajes acartonados, donde a ratos, mientras leía, incluso sentí que fue escrita más por compromiso que por pasión hacia lo que se estaba narrando. No entendía qué era lo que me pasaba, siendo que siempre me fascinaron las historias de Isabel Allende. En un punto de la lectura comprendí que, a mi parecer, la autora estaba cometiendo un pecado al estar todo el tiempo diciendo lo que sucedía en lugar de estar mostrándomelo. Era como ver una película para solo escuchar al narrador. Llega el momento en que necesitas ver las escenas, perder un poco el control sobre la acostumbrada omnisciencia.
En pocas palabras: Isabel Allende es una gran narradora, de eso no cabe duda alguna. El amante japonés, a su vez, es una novela correcta, una bonita historia con un final conmovedor, pero, a mi parecer, no suma ni resta a las obras de esta gran exponente del realismo mágico.
CITAS DEL LIBRO
- Nadie desea terminar la vida con un pasado banal.
- En todos lados se sentía desconectada y diferente, pero lejos de ser un problema, eso era motivo de cierto orgullo, porque contribuía a su idea de sí misma como una artista retraída y misteriosa, vagamente superior al resto de los mortales.
- A los veintidós años, sospechando que tenía el tiempo contado, Ichimei y ella se atragantaron de amor para consumirlo entero, pero cuanto más intentaban agotarlo, más imprudente era el deseo, y quien diga que todo fuego se apaga solo tarde o temprano, se equivoca: hay pasiones que son incendios hasta que las ahoga el destino de un zarpazo y aún así quedan brasas calientes listas para arder apenas se les da oxígeno.
- Me gustan especialmente tus árboles otoñales que dejan caer sus hojas con gracia. Así deseo desprenderme de mis hojas en este otoño de la vida, con facilidad y elegancia. ¿Para qué apegarnos a lo que vamos a perder de todos modos?
- El amor y el deseo por él le quemaban la piel, quería estirar las manos a través de la mesa y tocarlo, acercarse, hundir la nariz en su cuello y comprobar que todavía olía a tierra y hierbas, decirle que sin él vivía sonámbula, que nada ni nadie podía llenar el vacío terrible de su ausencia, que daría todo por volver a estar desnuda en sus brazos, nada importaba sino él.
- Habían compartido noches en blanco, bebiendo whisky aguado o fumando marihuana para aliviar la angustia, en las que se contaron sus vidas, desenterraron anhelos y secretos, y llegaron a conocerse a fondo. En esa parsimoniosa agonía no cabían pretensiones de ninguna clase, se revelaron como eran a solas consigo mismos, al desnudo. A pesar de eso, o tal vez por eso, llegaron a quererse con un cariño diáfano y desesperado que requería una separación, porque no habría resistido el desgaste irremediable de lo cotidiano.