iBoy, Kevin Brooks
Ya son cuatro las novelas de Kevin Brooks presentadas al público hispanoparlante: Lucas, Candy, Martyn Pig y iBoy. Este conjunto debería ser más que suficiente para dar cuenta de las cualidades narrativas del autor, al que sería impropio colgarle el rótulo “para jóvenes”. Brooks simplemente escribe estupendas novelas protagonizadas por jóvenes. Si eso es literatura juvenil, enhorabuena.
El arte de Brooks consiste en presentar historias endiabladamente bien contadas (estructuradas de forma dramática, a la manera clásica, con su planteamiento, desarrollo y desenlace, pasando por su clímax) que además no hacen ninguna concesión a sus lectores al recrear la abigarrada mezcla de abyecciones y entusiasmos propia de la vida.
Antes de iBoy, la editorial encargada de presentar en español las ficciones de Brooks, con traducciones del escritor mexicano Ignacio Padilla, era el Fondo de Cultura Económica. Ahora entra al juego la editorial Destino, que, en traducción de Alejandra Ramos, pone a nuestra disposición este libro que si bien tiene como novedad en la obra de Brooks un primer acercamiento a la literatura fantástica a través de la clásica figura del superhéroe, no disuena respecto de las anteriores obras del autor, ya que está movida por el mismo propósito: la indagación en nuestras glorias y miserias. En todo caso, el superhéroe no aparece en iBoy solo para llenar el hambre de aventura de sus lectores; en manos de Brooks, se convierte en fuente de cuestionamientos morales acuciantes, válidos fuera de la fantasía.
Como Spiderman, un accidente es el detonante para que iBoy consiga sus poderes sobrehumanos: le lanzan, desde una altura considerable, un iPhone a la cabeza; fragmentos del teléfono se incrustan en su cerebro y le permiten desde entonces tener acceso irrestricto a internet, además de darle ciertas asombrosas capacidades, como mover objetos con solo desearlo, sin la participación de sus extremidades. El incidente que convirtió al llamado Tom Harvey en superhéroe está relacionado con la violación múltiple de Lucy, su mejor amiga, de la que está enamorado en secreto.
Como cualquiera con sangre en las venas, Tom ve en su metamorfosis una buena oportunidad de cobrar venganza. Pese a sus poderes, la tarea no será pan comido: en primer lugar, ¿a quién castigar? ¿A los violadores? ¿A los autores intelectuales del hecho? ¿A todos los que han convertido el barrio de Tom en un vertedero de impunidad y crimen? Por otro lado, ¿no vendrá emparejado con el castigo el inquietante descubrimiento de asemejarse demasiado a quien se combate?
No se busque en iBoy ninguna respuesta fácil, masticada, a estas preguntas. La cuestión es compleja, y como tal se aborda. Es innegable que, como en la famosa trilogía cinematográfica de Chan wook-Park, en ocasiones vemos las nefastas consecuencias que el poder y la violencia dejan en el protagonista; pero también nos preguntaremos, como Tom, si no es perfectamente legítimo tomarse la justicia por propia mano ante una panda de criminales que corrompen cuanto tocan y que no son alcanzados por el brazo de la ley.
Siempre he pensado que las intenciones de un escritor poco importan a la hora de evaluar su obra: importan los resultados. En el caso de este libro, quizás se podría observar que el hecho de presentar un protagonista superhéroe es una estrategia del autor para captar un mayor número de lectores. En todo caso, esta observación no podría convertirse en un reproche, como se deja ver por lo dicho hasta aquí: en manos Brooks, una historia de superhéroes, fantasiosa, tiene una profundidad propia de la gran literatura. No nos escamotea el autor la brutalidad ni tampoco la ternura, pero nunca enfatiza de forma excesiva ninguna de ellas, de modo que evita resbalar a punta de cursilería o truculencia.
Si bien la edición es agradable (una portada limpia, sugerente, no demasiado explícita, y una letra de buen tamaño), parece algo apresurada, a juzgar por las feas erratas de las que iBoy no se salva. De todos modos, se agradece que Destino le apueste a un autor que si no tiene el éxito espectacular de las sagas más comerciales y empalagosas, sí escribe literatura para inquietar, para cuestionar, para exponer nuestras vísceras, y por ello merece mayor estima y permanencia.
*iBoy, Kevin Brooks, traducción de Alejandra Ramos, México, Destino, 2011, 256 páginas.